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Treinta millones de votos recibió la oferta política de Andrés Manuel López Obrador, lo que representa más del 53% del total de los sufragios emitidos por la Presidencia de la República. Ello implica que el próximo día 1º de diciembre, asuma el cargo con

el mayor respaldo popular de la historia contemporánea mexicana. A la par y en esa misma proporción, los votantes le concedieron una mayoría avasallante en las cámaras que conforman el Congreso de la Unión y mayoría absoluta en, por lo menos, 19 legislaturas locales; que le permitirán modificar el marco legal sin ningún obstáculo o impedimento. La oposición será meramente presencial; habrá disensos, pero eminentemente serán poco escuchados; las quejas serán mínimamente atendidas y el gobierno se ajustará, a cabalidad, al programa de acción establecido por el Presidente López Obrador. México va a cambiar indiscutiblemente.

A partir del primero de septiembre de este año, el Congreso de la Unión se vestirá de un solo color, se encaminará en una misma dirección y buscará lograr un mismo objetivo: estatuir institucionalmente la visión del nuevo partido gobernante. Como en los gobiernos post revolucionarios, el jefe político del partido en el poder tendrá bajo su mando y responsabilidad únicos, dar los resultados y cumplir con los ofrecimientos de campaña, para ello requerirá de una disciplina férrea de los militantes y representantes populares, que le permitan realizar todas las acciones necesarias para cumplir con su programa, en los tiempos y momentos políticamente correctos.

En pocas palabras: el panorama que se nos presenta es —nuevamente— la consagración del sistema presidencialista, dotado de una gran legitimidad que le permitirá realizar todas aquellas acciones que le encaminen hacia el cumplimiento de los ofrecimientos de campaña. Es un voto de confianza en donde la gente dejó de lado el esquema de pesos y contra pesos para brindarle todas las facilidades. En ese aspecto, podemos afirmar que la “mesa está puesta y los alimentos servidos”, ahora dependerá de la habilidad y capacidades tanto del nuevo Jefe del Estado Mexicano, como de su equipo de trabajo llevar al país a mejores condiciones; abatir la pobreza y, sobre todo, generar una gran reconciliación entre los mexicanos.

La nueva conformación política de México implica, entre otras cosas, que ha cesado el miedo hacia el autoritarismo, gestado por más de 70 años del régimen de partido de Estado, y que “la euforia democrática” terminó con un aplastante grito de legitimidad hacia las instituciones de gobierno que, en una gran mayoría, fueron otorgadas al Movimiento de Regeneración Nacional.

Después de años de hechos, tabúes y leyendas, volvemos al mismo esquema que, durante décadas, se había satanizado: el partido único y el mando supremo en control del Presidente de la República. Son realidades que, conforme avanza el tiempo, se consolidan como la esperanza de millones de mexicanos para retomar la ruta hacia el bienestar general. El México del siglo XXI se transforma, sin duda. Se están dando pasos firmes hacia el fortalecimiento del presidencialismo y de las instituciones públicas. La voz del pueblo así lo ordenó y así se acata, pues ello implica la materialización de la esperanza impuesta en un movimiento político que convenció que es la mejor opción para encaminar los destinos de más de 120 millones de mexicanos.

@AndresAguileraM.