SINGLADURA 
Tres, tres pendientes fueron admitidos públicamente por el presidente Andrés
Manuel López Obrador hace unos días, cuando festejó el primer aniversario de su triunfo electoral y los siete meses formalmente al frente del gobierno de la Cuarta Transformación (4T).
Admitió esos “pendientes” sin ambages, con toda claridad, como se espera de un Jefe de Estado. Se trata de economía, salud e inseguridad. “Ahí no podemos decir que se ha avanzado”, reconoció. Sorprendió esta vez la sinceridad presidencial. Magnífico que haya hablado así, que haya reconocido lo que repetidas veces y en particular en sus encuentros cotidianos matutinos con periodistas, se ha negado a reconocer con total franqueza.
Si, en cierto grado matizó el mensaje cuando dijo que “desgraciadamente prevalecen las mismas condiciones que heredamos de los gobiernos anteriores en cuanto a inseguridad y violencia”.
Es cierto, también hay que admitirlo, el gobierno del presidente López Obrador recibió un país en medio de una severa crisis de inseguridad y violencia, pero ésta persiste a la fecha, y aún más, se ha agravado en la gestión lopezobradorista como consecuencia, de manera explicable si se admite, por el periodo de transición, la llamada curva de aprendizaje e incluso la preparación y ejecución del plan para enfrentar y contrarrestar el fenómeno criminal. Eso es entendible, comprensible, aunque también hasta cierto punto.
¿Por qué? Pues porque también es razonablemente aceptable que se haga ver que el presidente López Obrador no es un mozalbete de la política. La mayoría de los mexicanos tiene de él la figura de un político veterano, experimentado, formado en el fragor del campo de batalla nacional. ¿O no? Así que muchos esperaban que al llegar al poder y más aún en la forma en que arrasó en las urnas, tendría un programa macro para atacar al menos los problemas más grandes, más graves y más urgentes del país. No del todo ha sido así, tenemos que anotar, y él en su fuero interno, en sus cavilaciones personales, debe saberlo. Sería deseable que lo reconociera en su intimidad personal. Lo ayudaría mucho, más aún si se toma conciencia de que el tiempo pasa veloz.
Recién encabezó el presidente el inicio formal de la Guardia Nacional, la fuerza con la que se pretenden abatir los altísimos índices criminales que flagelan al país. Ante los hechos que conocemos, el presidente denuncia “una mano negra”. Es una forma imprecisa al menos de explicar a sus gobernados el por qué de una rebelión en un cuerpo que debió haberse conformado con cuidado exigente y escrupuloso por la importancia que entraña para todos los mexicanos el éxito de esta fuerza.
Operan dentro de la Guardia Nacional los militares del Ejército, los militares de la Marina y los policías federales. No es fácil amalgamar y sobre todo dotar de un espíritu de cuerpo a una fuerza con orígenes y aún formaciones tan disímiles. Aunque sean del mismo barro, nunca serán igual. El Ejército es la institución castrense más antigua del país, la Marina menos y la policía federal, muy reciente. No es un dato menor para entender los roles reservados a los miembros de cada una de estas fuerzas. La premura, la urgencia, las imprevisiones siempre tienen costos.
“Sean actores principales de esta transformación (la Cuarta); ustedes los integrantes de la Guardia Nacional, a la vanguardia”, dijo López Obrador a los flamantes miembros de esta fuerza. El les prometió preservar sus sueldos y prestaciones.
¿Y entonces? ¿Dónde está la mano negra? El presidente debe identificarla por el bien de la 4T.
Están en juego la seguridad, el abatimiento de los índices criminales, y aún la posibilidad de que la economía mejore a partir de las garantías físicas y patrimoniales que cualquier estado del mundo está obligado a otorgar a sus gobernados.
Una última cosa es clara: sin seguridad, sin economía y sin salud pujantes y vigorosas para todos los gobernados, un país es endeble, frágil, vulnerable. No es exagerado decir que sin esos tres pilares –hoy “pendientes”- la 4T peligra. Nadie lo merece.
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@RobertoCienfue1