SINGLADURA 
Algo raro, inusitado y potencialmente peligroso estamos viviendo los
mexicanos, o al menos una buena parte de la ciudadanía nacional. ¿Por qué lo digo? En concreto llama la atención el hecho de que el presidente López Obrador piensa, actúa y trabaja en exceso con la idea fija de su infalibilidad.
De esto también están convencidos sus millones de seguidores, a quienes nadie debería llamar “chairos” o “pejezombies”, entre otros adjetivos, por una sencilla y compleja razón: merecen respeto. Por igual razón muchos mexicanos, disidentes del gobierno y estilo de López Obrador, tampoco deberían ser tachados de “fifís, neoliberales o corruptos”. Si son “fifís” o incluso “neoliberales”, es un asunto de su propia identidad, pensamiento o manera de ser, y no por ellos deberían ser censurados, criticados o repudiados. En absoluto. Ahora que si son “corruptos”, pues tampoco se les debería censurar o estigmatizar, no al menos desde la esfera pública y oficial, así esto cueste trabajo e incluso ofenda a más de uno. Para eso está la ley del Estado y punto.
Tampoco debería usarse ningún púlpito público o privado y muchos menos, una posición pública, del Estado, -insisto- para descalificarlos con la aviesa intención de que las masas ardan en deseos de llevarlos al patíbulo en nombre de la “moralidad, la decencia y honradez”. En un estado de derecho, como el que todos, absolutamente todos los mexicanos, debemos propender, anhelar y exaltar hasta el delirio, los “corruptos” deben ser llamados a cuentas, juzgados con probidad y castigados en su caso.
Hay que decir que la inquisición, llamada así de manera abreviada, terminó hace varios siglos y no tiene porqué ser invocada y mucho menos resucitada o reimplantada. Eso no es hacer historia para el futuro, sino incurrir en una regresión histórica, cuyo daño y sin razón causaron abusos crueles, injustos,  excesivos y hasta muerte a los pueblos que la padecieron.
Si no todos, estoy cierto de que la mayoría de los mexicanos queremos y anhelamos desde siempre vivir en un estado de derecho cabal, algo que sigue siendo muy infelizmente una quimera en México. Persistir en el “remedio” de la hoguera, u otras formas de “justicia” como el linchamiento por ejemplo, es arruinar nuestro futuro nacional. Tenemos que insistir con todas nuestras fuerzas y posibilidades en que urge construir o ayudar a hacerlo, un estado de derecho para garantizar simple y sencillamente el futuro del país. En otras palabras, el país no sobrevivirá ni tampoco se preservará su institucionalidad –así y todo sea frágil- sin la vigencia plena y garantista del estado de derecho. Eso es me parece lo que podría ser la tarea esencial del gobierno de la 4T, que tanta esperanza aún concita.
Un punto adicional: el presidente López Obrador, lo es de todos los mexicanos, aún de los “fifís”, de los “neoliberales” y hasta de los “corruptos”. A cada quien lo suyo. En el caso de los “corruptos”, la ley. Nada más pero nada menos. Respeto para los “fifís” y lo mismo para los “neoliberales”. Es válido que el presidente disienta de las personas que pudieran encuadrarse en esas definiciones, si se quiere, pero es absolutamente indebido que se les estigmatice o vilipendie.
Termino: ya sea quienes estamos de acuerdo al ciento por ciento con el presidente López Obrador, quienes discrepamos también al ciento por ciento o quienes lo evaluamos positivamente por sus aciertos y lamentamos sus errores, todos, absolutamente todos, estamos obligados –sin alternativa- a respetarlo como Jefe del Ejecutivo Federal. Esto tampoco es negociable, y el presidente debe proceder de la misma forma con sus gobernados, con todos. Usar la “muletilla” de “con todo respeto” y soltar el macanazo, lo digo así para omitir por respeto otra palabra más sonora, es desaconsejable y muchas veces contraproducente para la tarea de gobernar. Dicho sea esto con todo respeto.
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@RobertoCienfue1