entresemana


No, la reforma es de obligada actualización acorde con una sociedad harta de la demagogia y el gatopardismo de partidos y remedos o satélites de éstos, gobernantes, diputados y senadores, funcionarios corruptos, jueces venales, líderes y caciques enriquecidos sin rubor.


La moderna sociedad mexicana se politiza y torna más demandante, selectiva. Los tiempos del partido único son historia que comenzó a escribirse en 1977 cuando la gran primera reforma política abrió la puerta a la oposición clandestina para legalizar su status en el Congreso de la Unión.
Obligado por las circunstancias, Carlos Salinas de Gortari determinó la transición del control gubernamental de los comicios a un ente independiente y su administración parió al Instituto Federal Electoral, pero el intento se corrompió con la cuota partidista de integrantes del Consejo General.
Sin embargo, rumbo a lo óptimo, que no perfecto, en el arte de gobernar para una sociedad que aspira al buen gobierno, no el clientelar o corporativista ni caritativo y menos el paternalista, sino el incluyente, tolerante, moderno y democrático, los partidos de oposición se resisten a creer que los dos principales institutos políticos nacionales, el PRI y el PAN, decidieron reformarse.
Consideran, elemental en la lógica del gatopardismo, que sus reformas pautan el proceso de entregar el país a intereses transnacionales o al puñado de empresarios mexicanos que controla el poder económico del país.
Esas previsiones son elemental complemento si de modernizar y dinamizar a la economía nacional se trata. Pero ¿y qué del poder absoluto del que se hace depositario al presidente Enrique Peña Nieto?
La disciplina de 21 gobernadores tricolores –es lo mismo PVEM--, el acuerdo de 4 panistas, la proclividad de 4 perredistas y la obligada concordancia de 3 producto de la alianza PAN-PRD, amén de la supeditada sobrevivencia de  dos mil 400 municipios, demuestra que las reformas tienen un eje y éste es el del fiel de la balanza que se fue a la banca doce años, mientras el PAN se gastaba el tiempo en aprender a gobernar.
Son los cambios, las reformas y la voluntad de una persona, el Presidente, el fiel de la balanza. ¡Ah!, sí, con los consensos partidistas y las asesorías de personajes que nunca se irán. ¡Qué tiempos, don Carlos! Digo.
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