singladura

“Asunto cultural”, conforme definió en 2014 el presidente Enrique Peña Nieto la corrupción nacional, el punto crítico de este fenómeno es que está carcomiendo al

país, en grados tan peligrosos que pone en jaque la viabilidad de México, así esta práctica generalizada de naturaleza profundamente nociva sea ya inveterada, o precisamente por ello.
Peña Nieto dijo entonces, al participar en el evento Los 300 líderes más influyentes de México, que “no podemos resignarnos” al fenómeno de la corrupción. Era el 2014.
Sin embargo y pese a la construcción de un andamiaje institucional, conformado por el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) que coordina a actores sociales y a autoridades de los distintos órdenes de gobierno, a fin de prevenir, investigar y sancionar la corrupción, la corrupción sigue rampante. Sobra decir que permanece pendiente el nombramiento del titular del SNA, pero hay que decirlo.
Al margen de sumarse o no a la ola crítica hacia el gobierno, es claro que hay hechos contundentes que revelan el grado de corrupción imperante en las esferas oficiales del país. Señalar al gobierno como responsable o no del asunto, si bien no deja de ser importante, tampoco resuelve del todo el tema que aquí se trata.
¿Cuántos gobernadores del país están hoy incoados por actos de corrupción? ¿cuántos aspirantes a cargos de elección ciudadana, resultan hoy sospechosos de corrupción? ¿De qué tamaño es la duda pública y ciudadana de que los cargos públicos se ejercen en medio de una espesa corrupción? Y por si fuera poco, ¿cuántos mexicanos sentimos de manera cotidiana que todo mundo, o al menos la mayor parte del universo social mexicano, está buscando agandallarnos? La práctica del “moche” o comisión es casi o sin el casi, socialmente aceptada.
De hecho, creo que vivimos una especie de guerra intestina de intensidad variable que tiene como motor la cultura del agandalle y en la que todos participamos de una o de otra forma en un afán a ratos invivible de sobrevivencia individual.
Así, para muchos mexicanos la corrupción es el pan nuestro de cada día, al grado de que hemos llegado prácticamente a la conclusión de que es imposible vivir “por la derecha”. Tratar de ir por la derecha como decimos coloquialmente es para una inmensa mayoría, si no todo el país, morir en el intento. Y además, pasarse de p… “Es que no se puede” ser honesto, escuchamos con frecuencia, en un argumento que despedaza al mexicano más optimista. Incluso, se escucha, resulta aceptable que roben, pero que salpiquen. Lo peor es que callamos para no ponernos en riesgo, cualquiera que éste sea. Vea si no. Muchos sinaloenses por ejemplo suelen decir que en su estado todos saben quién está en las drogas, pero para evitarse problemas, es mejor callar. Después de todo, muchos narcos son incluso buenas personas que prodigan obras pías. Así vamos.
¿Qué hacer? Supongo que hay que hacer un cambio sencillo. ¿Cuál? Hay que actuar para que la corrupción sea la práctica más costosa del país, y la honestidad, la más rentable al alcance del ciudadano común. Dejar de aplaudir, elogiar y someterse al corrupto, o sospechoso de esta nefanda práctica, en pocas palabras condenarlo a la muerte social, con la contraparte en favor del honesto. ¿Clamo en el desierto? Usted tiene la respuesta.
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