(La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle "poner su morada" en nosotros -cf. Jn 14,23-).

I.- NUESTRA VENIDA A LA TIERRA

Hemos venido a la tierra para enterrar nuestras miserias, 

para sentarnos a escuchar la resaca de los mil lenguajes, 

y asentar la firme voluntad de despojarnos y donarnos, 

de crecernos y de recrearnos en el querer, que lo es todo

en esta vida, pues cada cual será lo que quiera fraguarse. 

Nos toca entrar en diálogo, conversar y versar acciones, 

tejer letras que nos unan y destejer las que nos dividan, 

saber guardar silencio en el momento justo y recogerse, 

mostrar actitud receptiva, hacer sombra a la arrogancia, 

huir de toda pereza para que vuelva el albor de la pureza.

Somos únicos y hemos de ser uno entre todos los latidos, 

somos peregrinos y también hemos de peregrinar juntos,

somos cauces y, por tanto, hemos de saber encauzarnos, 

bajo el justo rostro de la libertad moral que nos encamina,

y sobre el rastro de la Cruz, ¡espera y esperanza nuestra!.

II.- LA REVISIÓN DE NUESTROS ANDARES

Nuestro andar es un germen de soplos preciosos y precisos, 

una convocatoria a contemplar la mística de los caminos, 

para llevar a cabo una conversión profunda de lo que soy, 

un ser dominador dispuesto a reprenderse y a dominarse,

a servir, y no a servirse del análogo, a darse y a donarse.

Urge la entrega en cuerpo y alma, antes de que se apodere

de nosotros la degradante seducción de las cosas materiales,

la tentación del poseer, el vínculo egoísta del tener por tener, 

que nos deja sin corazón y sin tiempo para poder purgarse, 

encerrados en sí mismo para agonizar en la desesperación.

Antes que la desmoralización nos deje sin aire para vivir, 

confiemos nuestro itinerario a la Madre del buen consejo, 

que fecundó al Verbo de Dios en la fe y en la propia carne, 

para sumergirnos como ella en el tránsito de la expiración

y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la savia perpetua.

III.- LA LLEGADA DE JESÚS AL MUNDO

Llegó a la tierra y no le dimos cobijo a quien nos cobija, 

la coraza de la apatía pudo más que el pulso del corazón;

llega a nuestras existencias cada día para fortalecernos, 

y apenas mostramos emoción de abrirnos a lo auténtico, 

preferimos ser más poder mundano que poesía celeste.

Volvamos al verso que fuimos por la ruta de la verdad, 

la semilla vital de todas las otras bondades y virtudes, 

aquellas que nos concilian entre si y reconcilian con Dios, 

con la mirada puesta en Cristo, nuestro sublime Redentor,

y los labios entonando la llamada más dulce: Jesús mío.

Ninguna invocación queda ensombrecida por la muerte, 

el Salvador nos ha movido a conocer el amor del Padre, 

y a reconocernos en la palabra como expresión de luz, 

así, por la fuerza de su donación, renacemos cada noche, 

pues somos criaturas transfiguradas, ¡humanidad acogida!.

VICTOR CORCOBA HERRERO

This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it. 

20 de febrero de 2021.-