Nadie pone hoy en duda la nefasta gestión gubernamental de la pandemia por Covid-19 en México, calificada a nivel mundial como errática, ineficaz y desestructurada. Los numerosos errores y omisiones han sido destacados y analizados en un completo documento preparado por seis ex secretarios de salud de México.

 En retrospectiva resulta evidente, tal y como lo señalan, que la severidad de la epidemia inicial y el alto riesgo del virus, fueron claramente subestimados. Desde el podio mismo del ejecutivo, se minimizó continuamente la amenaza y se conminó a la población a continuar con su vida. Las medidas sanitarias iniciales tuvieron un carácter limitado con escasas restricciones a la movilidad y tímidas medidas de confinamiento. La información epidemiológica recabada fue por demás insuficiente y, a pesar de los reiterados llamados de la OMS, se persistió en la incomprensible negativa a realizar las pruebas recomendadas y el seguimiento de los contactos. Esto supuso la adopción de un modelo pasivo de atención sanitaria, limitado exclusivamente a recabar los datos de aquellos enfermos que, debido a su estado crítico, acudían a clínicas, hospitales y centros de salud, dejando de lado la búsqueda activa de contactos. El subregistro resultante de contagios y muertes, aunado a la naturaleza precaria e incompleta de la información que a menudo carecía de validez estadística, explica en parte la imposibilidad de prever la trayectoria y los picos críticos de la pandemia. Por si esto fuera poco, cabe agregar a la fórmula de la tragedia una ausencia de coordinación nacional, que obligó a los gobiernos estatales a implementar medidas regionales heterogéneas e inconexas; un inapropiado aleccionamiento público sobre la conducta a seguir, con mensajes inconsistentes, ambiguos, confusos e incluso contradictorios sobre las medidas de prevención, la búsqueda de atención médica, las condiciones de aislamiento o de confinamiento, etc.; una reducción del gasto en salud, con renuencia evidente a los ajustes, compra a destiempo de insumos y equipamiento médico, contratación tardía de médicos y enfermeras, y un claro desorden administrativo. 
 
Hasta este punto podríamos situar la respuesta gubernamental y sanitaria en el terreno de la ineptitud. Sin embargo, existen algunos aspectos que sobrepasan este plano: La desprotección del personal sanitario por la falta de equipamiento médico ha posicionado a México en el primer lugar mundial por el número de muertes en trabajadores de la salud, con 1320 defunciones al 25 de agosto; la negación anticientífica del uso de mascarillas ha ocasionado sin duda muchas muertes que pudieron haber sido evitadas. Estos datos nos sitúan ahora en el ámbito de la negligencia. 
 
Pero hay una dimensión aún más reprochable, aún más nefanda y vergonzosa: La descalificación a ultranza de toda recomendación, de todo consejo, la soberbia y la ironía detrás de la ignorancia, en medio de los muertos y el dolor; la trivialización de la catástrofe, la impudencia supina del que a falta de ideas, califica de complot político lo que es incapaz de comprender; la compra de 500 millones de pesos en fracciones de la lotería para ser obsequiados a los hospitales, con la esperanza de que el dinero de los ganadores logre comprar al fin lo que el gobierno de este presidente le ha negado a la nación. Estamos ahora en la última dimensión: La de la degradación y la podredumbre moral.
 
Dr Javier González Maciel
 
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