Martín Cervera ya no entendía nada, vivía por completo fuera en otro mundo, todo lo que lo rodeaba no era real, él tenía su propia realidad enclavada en el fondo de su cerebro.

 A sus cincuenta y muchos años, Martín deambulaba por las calles, "pescando" lo que podía y pidiendo un peso para comer, su aspecto era patético, desarreglado, con la barba de varias semanas, cabellos largos e hirsutos, mirada huidiza, penetrante cuando la fijaba en algún objetivo.


Había comenzado a drogarse desde los 15 años y aunque aseguraba que sólo fumaba mariguana, lo cierto era que se metía todo lo que podía o lo que le compartían sus conocidos de la calle.


Aquella tarde, Martín caminaba por la amplia avenida, viendo para todos lados y con algún temor cierto o imaginario que lo había vuelto paranoico.


Llegó hasta la esquina en donde abordaría el camión que lo llevaría a buscar a uno de sus amigos para que le diera un poco de droga, la mota que él tenía ya se la había terminado y no se sintió con ánimos de salir a pedir limosna para solventar su vicio.


Subió al camión y pagó, estaba medio vació, pero eso no le importó, con su mirada vidriosa y su mente desquiciada, comenzó a caminar hasta que la vio.


Era una mujer de aspecto común y corriente, vestida de igual manera, toda una ama de casa, estaba sentada junto a la ventana y veía hacia la calle contemplando el pasar de los otros autos.


Era una mujer de unos cuarenta y pocos años, algo pasada de peso, una mujer que sonreía a la vida y se esmeraba por ser mejor para su familia y para sus cercanos.


Aunque no era muy alta, destacaba por su risa franca y sincera, su trato amable y su carácter amigable, siempre le había dado buenos resultados ser sociable.


Por unos momentos, Martín se quedó parado a dos asientos del que ocupaba la mujer, algo sucedía en su mente ya que él movía la cabeza como asintiendo y luego negaba con movimientos insistentes.


Una sonrisa estúpida se dibujó en su rostro y sus ojos brillaron con mayor intensidad, perdiéndose en el fondo del camión, algo se había ocurrido y estaba decidido a hacerlo.


Sin mayor trámite se sentó junto a la mujer y la vio por algunos minutos, ella seguía con los ojos clavados en la calle y en su mente seguramente discurrían las obligaciones caseras que tenía pendientes o tal vez, el recuerdo de alguno de sus hijos, quizás el anhelo de estar ya al lado de su marido en la tranquilidad hogareña.


Lo cierto es que ella tenía una vida que la hacía vivir día con día, una vida que prometía tener más y satisfacciones para ella, una vida en la que estaban sus hijos y su pareja, tal vez hasta sus nietos, sus padres, en fin, su familia que la quería y la acogía con cariño.


De pronto, una mano que se colaba por entre sus piernas la sacó de su contemplación vehicular y sin precipitaciones ni agresión, volteó hacia Martín que le había metido su mano izquierda entre los muslos buscando una caricia más íntima…


—Oiga… ¿qué cree usted que hace? Ella cerrando sus piernas y empujando la ansiosa mano de Martín que se estremeció al contacto de la delicada pierna de los muslos.


—Oh… tú lo quieres y yo te lo voy a dar… así que no te pongas sabrosa… —respondió Martín con una sonrisa cínica y burlona mientras su mano volvía a colarse entre aquellos rotundos muslos.


—Usted está loco… mejor déjeme en paz o voy a llamar a una patrulla… —le dijo ella molesta.


—Llama a quien quieras, tú tienes para todos… además… primero me provocas y luego…


—Maldito vicioso… ¿quién te crees que soy…? —Insistió ella y le volvió a empujar la mano.


—Te voy a quitar lo sangrona… vas a ver… oferta Martín molesto por las negativas de ella.


Sin que nadie se lo esperara, Martín sacó de entre sus ropas un filoso cuchillo cebollero y con un certero y brutal golpe, le cortó el cuello partiéndole la vena Orta.


La mujer intentó levantarse para pedir auxilio y ya no pudo hacerlo, las fuerzas le fallaron y volvió a caer en su lugar ante la mirada impasible de su agresor.


Martín guardó su cuchillo y se levantó del asiento con la idea de bajar del camión y poder escapar, pero dos pasajeros se dieron cuenta del criminal acto que cometido y lo detuvieron.


Lo desarmaron y lo sentaron en otro de los lugares para esperar a la policía, trataron de interrogarlo para conocer el motivo de su crimen, pero todo fue inútil, Martín hablaba incoherencias.


Decía que el gobierno tiene la culpa de todo, que lo he despojado de 30 mil pesos, que nunca lo he apoyado, que lo perseguían, que no lo dejaban en paz.


Pero en ningún momento salvo habló de lo sucedido, cuando después de un buen tiempo de estar esperando la presencia policiaca, con todo el cinismo de que era capaz les dijo:

—Ya ven… así son los del gobierno… nunca llegan para ayudar… nunca están cuando se les llama… no se puede contar con ellos…