opinión

Las reformas de las telecomunicaciones, la antimonopólica, la financiera y la fiscal tienen muy irritados a los empresarios más ricos de México. La de telecomunicaciones afecta a los intereses de Telmex-Telcel, Televisa y Televisión Azteca. La antimonopólica aqueja a esas corporaciones y también puede afligir el peculio de Bimbo, Coca-Cola, Cemex, Pepsico, las tiendas comerciales...

La financiera no hace feliz a la banca. Y la fiscal, que finiquita privilegios, trae furibundas a todas esas compañías, a otras que cotizan en bolsa y a la clase media alta. La elite económica está, pues, colérica y amenaza con cancelar inversiones y veladamente con sacar su dinero del país para llevar una porción mayor a paraísos fiscales, así como ampararse y hasta cambiar la línea de sus productos, con tal de evadir al fisco. La amenaza es seria y peligrosa.

La actividad económica global, en especial la de Estados Unidos –que es sumamente frágil por la ruptura ideológica y política de su clase gobernante y la montaña de deudas que acumula para rescatar al capital bancario-financiero y satisfacer su avaricia–, que nuevamente se desacelera, puede asestar un varapalo a la también alicaída economía mexicana. En tal circunstancia, si los emberrinchados plutócratas mexicanos –y extranjeros, como los mineros– consuman su amenaza, causarían una depresión: se autocumpliría la profecía. En un ambiente social y político tan caldeado, como el que atenaza México (asolado por el crimen, la impunidad, la corrupción rampante, la división política y entidades fallidas, como Michoacán), la declaración de guerra de la elite económica al gobierno federal podría precipitar una catástrofe.

La disyuntiva de los hombres de dinero es sumarse al sabotaje de la CNTE, de las mafias y demás grupos políticos, pero en su modalidad económica, o apostarle a la política para mejorar la rendición de cuentas y la representación política. Si eligen a la política, el reto es desmontar el sistema de complicidades e impunidad (raíz de la desigualdad y de la inseguridad), que implica acabar el trueque de privilegios por obediencia. Y conlleva sujetar al gobierno a un régimen de control y austeridad (fin a prerrogativas de los políticos y baja sustancial de sus salarios, del gasto corriente y partidista). Así pasaríamos de súbditos a ciudadanos: amos del gobierno. He ahí el objeto de otra reforma política. Pero si la elite del dinero opta por el sabotaje económico agravaría el caos social y político y mataría a la gallina de los huevos de oro. Su poder será el fiel de la balanza. ¿Tiene las luces y la generosidad que precisan los tiempos?