Lo anunciaron como una “celebración popular”, un homenaje a los “siete años de transformación”, una fiesta del pueblo

en torno a la Presidenta Scheinbaum. Pero la concentración no fue una conmemoración espontánea ni una expresión genuina de entusiasmo ciudadano. Fue —sin maquillaje ni eufemismos— una demostración de fuerza política diseñada al vapor para contrarrestar la incómoda realidad que dejó al descubierto la Marcha del Sombrero: Morena teme la calle, y cuando otros la toman, necesita recuperarla a cualquier costo, mostrar músculo, fué su única razón de ser.

Porque eso fue el “Claudia Fest”: la urgencia del poder por recordar que sigue siendo poder. Un festejo improvisado para tapar una herida política que a la presidenta le dolió.

La narrativa oficial dijo que se trataba de celebrar siete años del movimiento. Pero nadie con experiencia mínima en política ignora que los festejos no se programan de un día para otro, ni se ordena a gobernadores, alcaldes, delegados y operadores movilizar autobuses enteros sólo para “celebrar”.
No. La maquinaria se movió porque la Marcha del Sombrero puso nervioso al régimen, la movilización ciudadana, creativa, simbólica y sin acarreo dejó un mensaje contundente: la sociedad civil no está domesticada.

Y eso, en un gobierno que presume cercanía con el pueblo pero desconfía profundamente de él, es imperdonable. El Claudia Fest fue, entonces, la respuesta: “si ustedes llenan, nosotros reventamos”. Un lenguaje de poder que busca más impactar que convencer.

Para el Claudia Fest se activó todo el repertorio tradicional del sistema:
• Operadores territoriales movilizando gente desde las 6 AM, haciendo pagos, repartiendo tortas, contando y recontando a sus acarreados.
• Gobernadores obligados a entregar cuotas de asistencia.
• Programas sociales usados como palanca de persuasión.
• Sindicatos y estructuras clientelares entregando cuerpos, no convicción.
• Anuncios de asistencia masiva desde días antes, como si la espontaneidad se pudiera decretar por boletín.

La estética no fue de fiesta: fue de desfile coreografiado. No fue celebración: fue alineación. El mensaje estaba claro: si la oposición logra una marcha simbólica, Morena responde con un festival de proporciones masivas para recordarle al país quién manda, quien controla las calles, el dinero público y los silencios de su base política.

El Estado al servicio del ánimo presidencial

La paradoja es brutal:

Un movimiento que se dice heredero del “poder popular” recurre a técnicas de control del pasado para tratar de emular espontaneidad. En lugar de un aniversario histórico, lo que vimos fue: personal del gobierno movilizado como parte de su jornada laboral, derroche de recursos públicos disfrazados de logística partidista, actos oficiales que se convierten en rituales de adhesión y una presidenta a la que la cacacreada popularidad se le esta cayendo y que necesita demostraciones masivas para reforzar su legitimidad.

La línea entre partido y gobierno, si alguna vez existió, quedó oficialmente enterrada en el “Claudia Fest”.

La concentración pagada no reveló fortaleza, reveló ansiedad, un gobierno sólido no necesita mostrar músculo ante las provocaciones, no necesita acallar, minimizar y burlarse de sus opositores, lo que realmente requiere es investidura, respeto a la disidencia y mostrarse democrático y a la altura.
Un gobierno seguro de su narrativa no siente la urgencia de responder con multitudes a cada gesto de unidad de la sociedad civil, una y otra vez, así se trate de las marchas para defender el INE, por la paz o ésta contra la violencia generalizada en todo el país. Un gobierno con liderazgo no teme a un sombrero, pero este sí.

Lo que México vio fue un intento desesperado de recuperar el control simbólico del espacio público, de mandar un mensaje: “Nosotros seguimos siendo los dueños de la plaza” sin embargo, la plaza no es propiedad del gobierno, la plaza es del ciudadano.

Y cada vez más ciudadanos comienzan a ocuparla sin pedir permiso, a lo que el gobierno responde con autoritarismo, represión y violencia como lo vivimos el sabado 15 de noviembre.

El Claudia Fest no será recordado por los discursos ni por el show, sino por lo que reveló del momento político: Morena ya no siente automática la lealtad del pueblo, la sociedad civil despertó y aprendió a movilizarse sin partido, el gobierno cree que el poder se demuestra llenando plazas, aunque lo que realmente importa es llenar expectativas, resultados y soluciones, el miedo a perder la narrativa llevó al oficialismo a replicar viejas prácticas que juraron enterrar entre ellas: los grupos de choque como el “Bloque negro” que casualmente nunca aparece en las concentraciones de Morena y que el gobierno manda a reventar las marchas de la sociedad civil y la brutal represión que Sheinbaum niega pero esta allí, grabada en cientos de videos de los jóvenes que inmortalizaron momentos como la golpiza al mexicano que llevaba en manos su bandera y se manifestaba pacíficamente, los niños llorando con los ojos hinchados de los gases que soltaron en el zócalo capitalino para detener las concentraciones y las decenas de jóvenes golpeados con macanas y escudos antimotines.

Y lo peor: si necesitan un “festival” cada vez que el país expresa inconformidad, entonces no estamos frente a un gobierno seguro, sino frente a un gobierno que teme no poder sostener su propio mito.

México está cambiando, dejo de ser un país que aplaude por obligación.

La gente ya no asiste a mítines políticos por convicción, pero sí marcha por causas reales, por que estamos hartos de la violencia en la que vivimos y de la indolencia de un gobierno que sistematicamente la niega.

La ciudadanía ya no se deja intimidar por estructuras; las confronta.

Y el poder que necesita demostrar fuerza constantemente es, paradójicamente, el que menos fuerza tiene.
El Claudia Fest quiso ser un festejo, terminó siendo un síntoma.

Un síntoma de un gobierno que empieza a medir su legitimidad no por sus logros, sino por el tamaño de sus multitudes.
Y un recordatorio de que, aunque llenen plazas, el país ya no regresa al redil tan fácilmente y ya esta listo para llamar a Morena a cuentas.

Alejandra Del Río

@alejandra05 @aledelrio1111

Presidenta de PR Lab México, Catarte y Art Now México, ha escrito columnas sobre política, arte y sociales en muchos de los medios más reconocidos del país, particularmente en el Heraldo de México, El Punto Crítico y en el Digitallpost. Ha participado en numerosos proyectos de radio a lo largo de 20 años, hoy además dirige el podcast Fifty and Fabulous en Spotify.