Expresar los pensamientos y modos de ver las cosas es una potestad que tenemos los

 humanos, tan es así que ha sido reconocida en todo el mundo como esencial en nuestra condición de seres libres que, en este mundo, sólo encuentra una limitante que es la libertad del otro.
Así en el interactuar social, cualquier actuar individual tiene repercusiones para con la colectividad, ya sea para uno o varios individuos. Nuestra libertad jamás puede estar por encima de los demás, es un principio fundamental de equidad y equilibrio. Sólo el Estado, como garante de la seguridad e igualdad jurídica, puede tener instituciones que limiten y sancionen los excesos, pues en sí mismo implican agresiones y sometimiento para con los otros que conformamos la sociedad.
En esta lógica, la libertad de expresión sólo encuentra un límite: la libertad y dignidad de los demás. Podemos expresarnos como sea y decir lo que queramos; estamos en la libertad de crear narraciones y compartirlas con los demás; denunciar hechos que nos molesten y hasta criticar; en tanto que, en nuestros dichos o escritos, respetemos la dignidad y vida de los demás.
En estos días revive el debate sobre los límites a la libertad de expresión. Inequívocamente —insisto— sólo puede haber uno, que es la dignidad de los demás seres humanos. Nada más, pero nada menos. En esta lógica, el Cuarto Poder del Estado—la prensa— cuya base y poder radica en este derecho inalienable de los seres humanos, impera que —como tal— desempeñe su función cuidando siempre mantener el equilibrio entre decir lo que se piensa y los efectos que tiene difundir este pensamiento para con los demás.
Cuando hay excesos en el ejercicio de este derecho, la ley y las instituciones democráticas prevén mecanismos para valorarlo y, en caso determinar que existieron, sancionarlos. Valorarlo no es sencillo, pues implica sopesar dos condiciones igualmente valiosas: el ejercicio de un derecho y la dignidad de quien se sintió afectado por ello. Quien lo hace —al igual que cualquier juzgador— dejará insatisfecho a quien lo le favorezca el fallo emitido. Sin embargo, ya cuando se terminó la trama judicial y concluyeron los recursos existentes.
La libertad de expresión siempre será un tema que genere debate y que llame a los mas arduos defensores del liberalismo a inmolarse por defenderlo; me incluyo en ellos pues, como decía Voltaire: “Puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero daré mi vida por defender tu derecho a decirlo”; sin embargo, también es dable empezar a ver que el derecho no es una patente para poder juzgar y sancionar a discreción a quien nos plazca. Esta, como cualquier, actividad humana, debe desarrollarse con responsabilidad y consciente que toda acción que llevemos a cabo siempre tendrá una repercusión.
@AndresAguileraM