A lo largo de poco más de siglo y medio, el mundo ha sido testigo de transformaciones

 vertiginosas. Las revoluciones científica, industrial y digital han traído consigo grandes beneficios para la humanidad. Le han facilitado el trabajo, aumentado la producción de enseres de consumo cotidiano; se crearon medicamentos que combaten enfermedades que, durante siglos, devastaban a las comunidades y hoy se extiende la vida, con gran calidad, de los seres humanos; se creó conciencia de la necesidad de la sanidad y la asepsia como mecanismos de prevención de enfermedades; se acortaron distancias a partir de la creación de máquinas que facilitan los traslados y de tecnología que permiten la comunicación en tiempo real sin importar distancias. En síntesis: se transformó la forma en la que el ser humano se desarrollaba en el orbe.

Sin embargo, en esta misma evolución impacta en la forma en que el ser humano interactúa tanto con sus semejantes como con el medio ambiente en el que habita. Pareciera que, en la medida en que ciencia, industria y tecnología avanzan, en la misma proporción crece el individualismo, el aislacionismo, la desconsideración y hasta la deshumanización. En las sociedades modernas, principalmente en las megalópolis, la solidaridad, la empatía y el sentimiento de comunidad disminuyen y son sustituidas por prácticas individualistas que no permiten ver más allá del ambiente propio o —incluso— de la visión única de ver el mundo.

Considero que esta condición, propia del mundo globalizado y de sus megalópolis, hace que la cosa pública se torne cada vez más compleja. Primeramente, por una ausencia notoria de interés en la política y en las cuestiones públicas lo que —a su vez— trae desencanto para con la autoridad por no generar condiciones de bienestar lo que trae consigo una molestia generalizada para con el gobierno y los políticos como causantes y responsables de la infelicidad individual. En segundo término, porque los modos, formas y medios del gobierno y sus instituciones, no suelen desarrollarse al unísono de la dinámica social y, consecuentemente, no se ajustan a las condiciones propias de la evolución social por lo que dejan de atender y resolver las problemáticas a las que, por propia naturaleza, se está obligado a darles solución.

En la medida en que las instituciones gubernamentales y quienes las dirigen, se alejen de la complejidad de la sociedad y dejen de comprender las verdaderas causas que originan sus problemas, es la misma en la que pierden su eficiencia y su utilidad. En síntesis: gobierno y gobernantes que son ajenos a la realidad social se vuelven lastres que, lejos de generar cohesión y bienestar, retroceden el desarrollo de las sociedades.

@AndresAguileraM