La situación de la epidemia parece no tener fin. El confinamiento y las medidas de protección

 siguen a pesar de que, en más de una ocasión, se ha planteado una vuelta a la normalidad, los números de contagios y de lamentables fallecimientos siguen al alza. Parece que la nueva normalidad implicará, de alguna u otra manera, una necesaria menor movilidad y redefiniciones de los espacios laborales. Nos mantenemos con la “Sana Distancia”.
Según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el año pasado la violencia relacionada con el actuar del crimen organizado, dejó 34 mil 608 asesinatos, lo que implicó un promedio de 95 homicidios dolosos por día. Del mismo modo, con cifras oficiales del gobierno mexicano, la Organización de Naciones Unidas (ONU) precisa que, pese al confinamiento, se sigue manteniendo al alza la actividad delincuencial en el país. Marzo —mes en el que se iniciaron las medidas de “Sana Distancia”— fue el mes más violento del año y de la presente administración, con más de 3 mil homicidios y 78 feminicidios.
Como vemos la actividad delincuencial no cesa ni con la epidemia que padecemos en estos días. El crimen sigue operando y, como tal, el gobierno tiene la obligación de mantener su prevención y combate. Pero ¿qué implica esto? ¿Por qué es tan difícil lograrlo? Son preguntas que, de forma recurrente, acuden a nuestra mente cada vez que leemos o escuchamos este tipo de notas periodísticas y que han hecho que un número importante de especialistas elaboren profusos estudios y tratados sobre el tema, así como las propuestas de solucionarlo.
Sin embargo, parece que la solución dista mucho de ser encontrada. Tanto las estrategias de confrontación frontal como la protección desmedida a los derechos de los delincuentes han mostrado una notable ineficacia. Yo pienso que la razón por la cual las estrategias del combate al crimen no han funcionado devienen de varios factores, sin embargo, la principal —me parece— es que quienes diseñan las estrategias jamás han podido comprender, real y fehacientemente, cómo es que se crea un criminal, cómo opera su mente y conduce su actuar y las razones para ello, pues la mayoría de quienes llevan a cabo esta importante labor, si bien cuentan con las credenciales académicas, lo hacen sin tener la experiencia de campo ni la sensibilidad para procesarla.
No es una fórmula sencilla, pues son factores que difícilmente son coincidentes. Sin embargo, es indispensable que se profundice más en comprender tanto los orígenes como las condiciones sociales, económicas y culturales que producen la criminalidad y que crean criminales, debido al entorno y comunidad, para generar tiros de precisión que permitan un combate eficiente y no un desperdicio de recursos en acciones y programas más populares que eficaces.
El combate a la delincuencia es parte fundamental de la seguridad que el Estado debe brindar a las personas. Su solución es más profunda que la aplicación de programas asistenciales o de promoción a la actividad física. Si no hay seguridad el Estado está incumpliendo su razón de ser, por lo que la política y las elecciones pasan a segundo término.
@AndresAguileraM