Ferdinand Lassalle, en su obra ¿Qué es una Constitución?, precisa la existencia de una situación que poco ha sido secundada por los estudiosos de la ciencia política y el derecho, pero que cobra especial vigencia en estos tiempos en los que el país está inmerso en una situación de emergencia por la desmedida violencia: la constitución, como pacto político, y los factores reales de poder que lo integran y suscriben.
Dicho por el mismo en su obra, los factores reales de poder “…son una fuerza activa y eficaz que informa todas las leyes e instituciones jurídicas de la sociedad en cuestión, haciendo que no puedan ser, en sustancia, más que tal y como son". Es decir, son fuerzas que simplemente existen, interactúan como parte de la sociedad, inciden en su dinamismo, coinciden con los otros. Sus intereses y objetivos se encuentran y desencuentran constantemente, lo que hace que siempre estén en movimiento, como parte de esa energía que da vida, crea y transforma; conjunta, divide y sintetiza.
 
En esta lógica —y bajo la teoría de Lassalle— una constitución es, precisamente, el pacto político bajo el cual estas fuerzas determinan los modos, medios y formas en los que habrán de cohexistir y encaminarse, conjuntamente, al bienestar común, que es —de forma sencilla— permitir que cada uno, tanto en lo grupal como en lo individual, alcancen sus objetivos.
 
Cuando Lassalle realizó su teoría, los factores reales de poder eran distintos así como las condiciones sociales prevalecientes. El pacto político surgió como un acuerdo de entendimiento y resolver los difirendos dentro de organizaciones, grupos, clases, culturas y religiones que, todos, se encontraban dentro de la legalidad. Sin embargo hoy, lamentablemente, la delincuencia organizada disrumpe ese pacto político. Se inserta como un agente externo que ataca el interior de las organizaciones, pervierte sus objetivos y somete sus potestades para cumplir con sus intereses, dejando de lado el cumplimiento de sus finalidades esenciales que, al final, forman parte del pacto fundacional con lo que, indefectiblemente, se trastoca, se vicia y se vuelve disfuncional.
 
Por su poder y fuerza, podríamos considerarlo como uno más en el conjunto del pacto fundacional; sin embargo, sus características de perpetrador y disruptor lo asemejan más a un virus, con el que no se puede negociar o entablar entendimiento, pero que, por sus características de disiminación se extiende de forma exponencial, invade a los integrantes del cuerpo, los corrompe y pervierte simplemente para mantener su subsistencia.
 
Varios han sido los errores de los Estados Nacionales en sus estrategias para atender el tema de la delincuencia organizada. A mi juicio, la principal ha sido dejar de verlo como un agente disruptivo de las dimensiones de otro factor real de poder —sin serlo— y atar sus diagnósticos a partir de una visión “moralizante” y “legaloide” del tema.
 
Me parece que la clave para combatir eficazmente a la delincuencia organizada estriba, en escencia, en entenderla como una gran fuerza disruptiva en el pacto fundacional, que se alimenta de los límites impuestos para garantizar la sana convivencia entre los factores reales de poder para, con base en ello, incrementar su poder presencia y control en las sociedades.
 
@AndresAguileraM