La sucesión de quienes ostentan en el poder es un tema que siempre ocupa parte del pensamiento de quienes lo ostentan. Se acepte o no, es parte de la propia naturaleza humana. Ciertamente gobernar requiere de convicción de servicio y grandes virtudes que

 deben anteponerse a las pasiones personales, pero, por más que se intente, la cuestión virtuosa difícilmente domina cada aspecto de la vida y la posibilidad de dar un legado que trascienda en las páginas de la historia, es una ambición de la que difícilmente se puede despejar.

Entiendo, básicamente, que este tema ha tocado la mente de cada persona que ha detentado un gran poder y, en esa lógica, para legar a la historia una obra impera que quien lo continúe, por lo menos, debe respetar lo hecho para consolidarlo e incluso prever continuarlo. De ahí que la sucesión sea un tema de suma importancia para cualquier proyecto político, incluso, debe ser parte fundamental del mismo.,

Sin embargo, las cuestiones propias de la política hacen que sea sumamente compleja, pues convergen diversos factores, intereses y circunstancias que inciden en ella. Más allá de la complejidad de una elección, que de suyo es una arista para considerar, primeramente, la selección de la persona que habrá de suceder al poderoso es un proceso en el que habrán de incidir tanto las circunstancias y los intereses entorno al poder, como la reflexión y valoración para volcar su apoyo hacia que considere que cuenta con las características propias para entregarle el poder.

En esta lógica, podemos afirmar que el poderoso se vuelve en uno de muchos factores que habrán de incidir en este complejo proceso; sin embargo, no es el único y, en ocasiones, tampoco llega a ser el determinante, pues depende en mucho de las condiciones y circunstancias en las que arribe al momento de tomar la decisión. No es la misma fuerza con la que arriba al poder que con la que llega al momento de entregarlo. Si el desgaste fue mucho, su posición en el juego sucesorio se debilita cediendo espacio y fuerza a otros factores de poder.

Ante este panorama, resulta imperioso para el poderoso mantener su fuerza el mayor tiempo posible, para que, de este modo, su influencia esté lo suficientemente consolidada para tener un lugar privilegiado en el tablero de la sucesión y que su determinación sea preponderante ante cualquier circunstancia, interés o condición. De llegar debilitado al momento de la decisión, serán otros —y no el poderoso— quienes la tomarán, lo que pone en evidente riesgo tanto la posibilidad de trascendencia de su legado como para evitar persecuciones y venganzas posteriores.

Como podemos apreciar, el juego sucesorio impera mucha audacia tanto del poderoso como de los factores reales que giran en torno al poder, incluido su propio grupo político, sus subordinados, los dueños del capital, las fuerzas armadas y, en general, quienes tienen interés en contar con gran influencia e incidir en la toma de decisiones.

Así hemos iniciado el tercer año de la actual administración, con lo que se inician las batallas silenciosas, intrigas palaciegas, golpes políticos y escándalos mediáticos para lograr colocar las fichas para la jugada final en el tablero de la sucesión.

@AndresAguileraM