El 14 de julio de 1789, se dio la “Toma de la Bastilla”, símbolo del inicio de la Revolución Francesa, ícono del liberalismo en el mundo. Representa el fin de un absolutismo que, durante siglos, ostentó y ejerció un poder ilimitado sostenida, en mucho, por un mero dogma de fe.

Ante la sinrazón de una dominación basada en la superstición, aunada al abandono de los déspotas hacia los siervos y de su deber de seguridad y beneficencia, multiplicado por un cinismo rampante de banalidad, despilfarro, excesos y desmesura, las personas exaltadas por las ideas de “libertad, igualdad y fraternidad”, y —sobre todo— en la idea de que el pueblo manda como en la República, se hicieron a las armas y se levantaron en contra de una monarquía despótica y desmedida.

Desde ese momento, la libertad, ese derecho que hoy conocemos como inherente y característico de la humanidad, se volvió una bandera universal, en la que paulatinamente se fueron sustituyendo los regímenes absolutistas por naciones democráticas, en las cuales, a través del sufragio, el pueblo se manifiesta y ordena el rumbo de las naciones. 

Han sido apenas poco más de 200 años los que han transcurrido desde que la libertad se volvió un derecho exigible para las personas y desde que la humanidad la aceptó como base fundamental de su existencia y el principio básico de su organización social. Hoy somos beneficiarios de luchas fratricidas, guerras sangrientas, vidas ofrendadas y riquezas despilfarradas, de varias generaciones que construyeron esta realidad que hoy está severamente amenazada.

Hoy como ayer, la imposición y el sojuzgamiento son tentaciones de los grupos de poder para someter la libertad de las personas a sus fines perniciosos. Y no sólo me refiero a los gobernantes, sino también de aquellos que, fuera de la ley, se organizan para transgredirla y someter la sociedad para que cumplan sus perniciosas pretensiones. Esos que hoy se organizan con armamento pesado, se entrenan como milicias, crean complejas estrategias de ingeniería financiera para lavar sus ganancias, al tiempo que, a través del terror y el miedo se imponen en comunidades, barrios y pueblos para obligar a sus pobladores a trabajar, directa e indirectamente, en sus empresas ilícitas. 

Más que nunca, la libertad enfrenta una de sus más grandes afrentas: el retorno a ley de la imposición a través de la fuerza por el sometimiento de grupos delincuenciales con gran poder de fuego y económico, no sólo corrompen autoridades, también someten a sus poblaciones para que, directa o indirectamente, trabajen en sus redes delincuenciales al tiempo que se vuelven nuevos “señores feudales” absolutistas que disponen indiscriminadamente de la vida, propiedad y voluntad de las personas.

Hoy muchas comunidades de nuestro México viven esta lamentable situación. Se han vuelto siervos al servicio del crimen organizado que, a través de la fuerza, toman posesión de las poblaciones, disponen de las personas cual mercancías, sus vidas para ellos son bienes dispensables que, si dejan de servir para sus fines, los desaparecen sin darle mayor razón a sus familias y sumando nombres a la larga lista de desaparecidos. Así, hoy —más que nunca— el gobierno está obligado a devolver la libertad a quienes la han perdido a manos de funestos criminales.

@AndresAguileraM