Ayer, en una sobre mesa sumamente agradable, hablábamos de los pros y contras que han traído los cambios por los que ha atravesado el país en las

últimas décadas y su trascendencia para su futuro. Así comenzamos por la transición democrática que inició con la elección intermedia de 1997, en donde por primera vez se perdió la hegemonía política del PRI en la Cámara de Diputados en más de 70 años y que se agudizó con la elección presidencial del año 2000, en donde se dio la alternancia de partido político en el mando del Poder Ejecutivo. 

Cuando abordamos el periodo comprendido de 2000 a 2012 la crítica fue acre respecto al actuar del gobierno. Coincidimos en que la gran desilusión ha sido el ámbito de seguridad pública desde el año 2000, donde apreciamos que se inició la descomposición social que dio lugar a la declaratoria de guerra que ha tenido al país sumergido en un baño de sangre permanente, en donde la desarticulación de los cárteles de las drogas, la deserción de grupos militares y su incorporación a la delincuencia organizada, conjuntamente con un notorio rebase de las fuerzas del orden y de las instancias de investigación, procuración e impartición de justicia penal. Sin embargo, vimos como gran acierto que, durante este periodo, se consolidó el sistema electoral nacional, enfrentando su más grande desafío en las elecciones presidenciales de los años 2006 y 2012, contando con altos índices de participación y confianza ciudadanas.

Otra gran crítica fue que, durante este tiempo y hasta el 2018, se presentó una situación de estancamiento económico que, si bien no llegó a generar una profunda crisis, si hubo inamovilidad y detrimento del poder adquisitivo de la mayoría, aunado a un empobrecimiento real de la gente, aderezado con el descaro de una nueva clase política que, de forma cínica, se mostraba ante la población desparpajadamente frívola e indolente, exhibiendo vidas y lujos injustificables que la mayoría de los gobernados difícilmente podrían siquiera imaginar en sus sueños más ambiciosos, haciendo evidente el manejo corrupto del poder.

Se hizo hincapié en que este conjunto de sucesos fueron incrementando y generalizando el malestar social de las clases medias que, por antonomasia, son informadas y mayormente participativas de la cosa pública, lo que desembocó en una reacción social sin precedentes en la historia moderna del país, en donde, a través del propio sistema electoral, se despreció al sistema de partidos y se impuso un nuevo régimen al que se le concedió un poder de decisión casi omnímodo, prácticamente sin contra pesos, que es donde nos encontramos hoy en día.

Inevitablemente, por el lugar y la concurrencia, la crítica sobre el actual gobierno fue sumamente acre y mordaz; sin embargo, se reconoció que su arribo al poder se debió a una legitimidad producida por el malestar de las clases medias, por el respaldo de los olvidados, los depauperados, los resentidos, los despreciados por el sistema, las víctimas colaterales, los explotados y, en general, todos aquellos que, de alguna manera, se han sentido agraviados por esa “sociedad” de la que se han sentido excluidos y de la que no se han sentido parte. Así, se concluyó que, si bien es cierto que las acciones de este gobierno serán sumamente cuestionadas por la historia, su aportación será haber sabido representar a todos aquellos que, durante siglos, se sintieron excluidos del Estado Mexicano.

@AndresAguileraM