EL ESTADO Y SUS RAZONES 
El 1º de julio de 2018, la ciudadanía dio un veredicto innegable e irrefutable
con respecto a lo que desean de la vida política y gubernamental en México: se hartaron de un sistema oligárquico, ineficiente e incapaz de generar bienestar para la gente. Como lo he comentado en colaboraciones anteriores, más allá del triunfo de una determinada personalidad o fuerza política, la voz que se escuchó fue el hartazgo generalizado de un pueblo que se siente abandonado por quienes tienen la obligación de velar por su seguridad y bienestar.
Las expectativas que ha generado la nueva administración, que se ha autoproclamado como quienes enarbolan la “Cuarta Transformación de México” (4T) son muy altas, pues su principal oferta fue darle un vuelco de 180º a la vida pública del país y hacer que el gobierno verdaderamente sirva a la gente y atienda a los graves problemas nacionales.
Han transcurrido poco más de 100 días del arranque formal de la administración presidencial y, desgraciadamente, el ánimo de la gente comienza a decaer. El desgaste por el ejercicio de gobierno se empieza a hacer notar, pues se ofreció resolver problemas —por demás complejos— prácticamente el primer día de gobierno, situación que —en obvio de circunstancias— no se han podido concretar.
Cierto, se han realizado acciones inmediatas, pero que están lejos de atacar los problemas de fondo. La gente aplaude —con justa razón— el fin de onerosos privilegios de la clase política, pero esas acciones no alcanzan para abatir la lastimosa pobreza que sigue afectando a millones de compatriotas. La corrupción, pese a la repetición constante de la nueva calidad moral de los gobernantes, sigue indignando al inconsciente colectivo, sin que haya acciones reales y concretas que no sólo la prevengan, sino que la castiguen de forma fehaciente y ejemplar; al tiempo que la inseguridad y la violencia siguen creciendo de forma exponencial, sin que se hayan concretado acciones o estrategias gubernamentales que atiendan esta situación anómala. Todo ello en un clima de incertidumbre entre inversionistas que siguen a la espera de anuncios o condiciones que garanticen sus inversiones en el territorio.
La Cuarta Transformación de México se ha vuelto, más que una frase de campaña o un recurso retórico, una verdadera exigencia de la sociedad. No sólo por las expectativas gestadas en la contienda electoral del año pasado, sino por la condición propia del país. Hoy —como nunca en la historia reciente de México— la gente está ávida por que el gobierno entregue resultados; confía en sus autoridades y tiene esperanza por alcanzar el bienestar; lo que debe ser valorado y atendido por quienes han accedido al poder. Hoy el compromiso es aún mayor, tanto como la esperanza impresa en ellos. De su actuar dependerá —en mucho— la estabilidad social y la paz de nuestro México. Hago votos por que la responsabilidad y el patriotismo afloren, ante un panorama que se vislumbra adusto y precario para los mexicanos.
@AndresAguileraM