La pandemia está volcando las cadenas de suministro de alimentos, paralizando las economías y erosionando el poder adquisitivo de los consumidores. Algunas proyecciones muestran que para fin de año, el covid-19 causará que más personas mueran cada día por hambre que por infecciones de virus.

¿Qué hace que la situación sea incomparable? El repunte masivo está ocurriendo en un momento de enormes excedentes alimentarios mundiales. Y está sucediendo en todas partes del mundo, con nuevos niveles de inseguridad alimentaria pronosticados para países que solían tener una estabilidad relativa.

En Queens, Nueva York, las filas serpenteantes alrededor de un banco de alimentos duran ocho horas, y la gente espera una caja de suministros que podría durar una semana, mientras los agricultores de California aran lechugas y la fruta se pudre en los árboles en Washington. En Uganda, los plátanos y los tomates se están acumulando en los mercados al aire libre, e incluso los precios casi regalados no son lo suficientemente bajos para los compradores sin trabajo. Suministros de arroz y carne quedaron flotando en los puertos a principios de este año tras atascos logísticos en Filipinas, China y Nigeria. Y en América del Sur, Venezuela se tambalea al borde de la hambruna.

“Veremos las cicatrices de esta crisis durante generaciones”, asegura Mariana Chilton, directora de Center for Hunger-Free Communities de la Universidad de Drexel. “En 2120, seguiremos hablando de esta crisis”.

Para final de año, hasta 12.000 personas podrían morir al día de hambre relacionada con covid-19, potencialmente más que las que mueren por el virus en sí, estima la organización benéfica Oxfam International. Eso se calcula con base en un aumento de más del 80% para aquellos que enfrentan un nivel de hambre de crisis. A nivel mundial, las muertes por infecciones de coronavirus han superado las 846.000.

El covid-19 ha expuesto algunas de las desigualdades más profundas del mundo. También es una fuerza determinante en quién come y quién no, lo que subraya las divisiones sociales globales, ya que los más ricos siguen disfrutando de un ritmo vertiginoso de acumulación de riqueza. Millones de personas se han quedado sin trabajo y no tienen suficiente dinero para alimentar a sus familias, a pesar de los billones en estímulos gubernamentales que han ayudado a llevar las acciones globales a máximos históricos.

Además del malestar económico, los confinamientos y las cadenas de suministro rotas también han creado un problema grave para la distribución de alimentos. El repentino cambio de no comer en restaurantes –que en lugares como EE.UU. solía representar más de la mitad de las comidas– significa que los agricultores han estado tirando leche y rompiendo huevos, sin un medio fácil de redirigir su producción a las tiendas de comestibles o a los necesitados.

Don Cameron de Terranova Ranch en California recibió un golpe de aproximadamente US$55.000 este año en su cosecha de repollo. Casi la mitad de la pérdida, US$24.000, se debió a que Cameron decidió donar a los bancos de alimentos locales después de que se agotara la demanda de sus clientes habituales. Tuvo que pagar la mano de obra necesaria para realizar la cosecha y la carga de camiones. Incluso necesitaba cubrir el costo de algunos contenedores y palés para mover los suministros. Habría sido mucho más barato dejar que las cosechas se pudrieran en el campo.

“Sabemos que otras partes del país necesitan lo que tenemos aquí. Pero la infraestructura no se ha configurado, hasta donde yo sé, para permitir eso. Hay momentos en los que hay comida disponible y es por logística que no encuentra un hogar”, dice Cameron, quien de todas formas terminó destruyendo unas 50.000 toneladas de la cosecha, ya que los bancos de alimentos cercanos “solo pueden aceptar cierta cantidad de repollo”.

Los pronósticos iniciales de Naciones Unidas muestran que, en el peor de los casos, alrededor de una décima parte de la población mundial no tendrá suficiente para comer este año. El impacto irá más allá del hambre, ya que es probable que millones más experimenten otras formas de inseguridad alimentaria, incluida la imposibilidad de pagar una dieta saludable, lo que puede provocar desnutrición y obesidad.