Particularmente en México se ha hablado reiteradamente de una nueva era de cooperación con el demócrata Biden que permita normalizar la agenda binacional fuertemente golpeada por su antecesor, Donald Trump, específicamente en temas fronterizos, los cuales incluyen seguridad, narcotráfico y migración por solo enlistar algunos de los más relevantes. Ciertamente el optimismo en algunos y el escepticismo en otros han sido la nota. No obstante, vale la pena recordar que diferencias de fondo no ha habido en relación a la agenda con México entre las administraciones republicanas o demócratas a lo largo de la historia.

La cercanía geográfica con Estados Unidos, así como las condiciones geopolíticas, han sido claros determinantes en la relación con el vecino del norte, además de los propios imperativos de seguridad e interés nacional norteamericanos que superan en mucho la personalidad u origen partidista del inquilino en turno en la Casa Blanca. La llegada del 46° presidente a la Unión Americana no significa un cambio fundamental en la relación con nuestro país, y menos en asuntos prioritarios como lo son la seguridad, y en ella la migración ocupa un lugar preponderante.

Imperativos estructurales, coyunturales y de largo plazo inciden en las agendas de ambos países. La memoria histórica es otro factor que enmarca esta relación. Del lado mexicano no se olvida la gesta de los Niños Héroes, que nos recuerda la Guerra con Estados Unidos en 1847 y la subsecuente firma del Tratado Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848, instrumento con el cual México cedió alrededor del 55 por ciento de su territorio (más de 2 millones de kilómetros cuadrados). Del lado estadounidense, como consecuencia de esta histórica transferencia territorial, se observa la presencia de población de origen mexicano a lo largo de toda la franja fronteriza, que suma 3,185 kilómetros, lo que da, hasta nuestros días, rasgos culturales propios distantes a la construcción identitaria norteamericana descrita por Samuel Huntington en su libro: ¿Quiénes somos? Desafíos de la identidad estadounidense, en el que define a los estadounidenses como anglosajones, condición que se suma a la compleja trama de factores en los que la migración adquiere rasgos únicos en la frontera mexicoamericana.

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La realidad geopolítica, social y económica que se comparte en la frontera norte de nuestro país hace que la relación México-Estados Unidos adquiera particularidades que la vuelven profundamente compleja no solo por los elementos ya referidos, sino por la interdependencia asimétrica que la caracteriza. Para nuestro país, la relación con el vecino del norte es prioritaria, y por más que sexenio tras sexenio se ha hablado de la diversificación de nuestra agenda de política exterior, esto no se ha concretado y la profundización de los vínculos con Estados Unidos se ha intensificado.

Esta frontera sirve de escenario a un intenso flujo migratorio legal e indocumentado, el más importante intercambio comercial para nuestro país siendo Estados Unidos el principal socio comercial al representar más de dos terceras partes de nuestras exportaciones, además de un flujo considerable de armas y drogas.