"Queridos hermanos y hermanas, buen día", fueron sus primeras palabras. "¡Qué bueno es poder estar aquí! Mi idea era visitar cada barrio de este país, golpear cada puerta, pedir un vaso de agua fresca, un cafezinho, no un vaso de cachaza". El chiste terminó de hacer delirar a los miles de personas que lo escuchaban.
El día del Papa Francisco comenzó temprano. Dio una misa privada a las 7 y media, recibió las llaves de la ciudad y bendijo las banderas de los Juegos Olímpicos. Después se trasladó hasta la favela que es parte del complejo Manguinhos, a unos 18 kilómetros del centro de Río de Janeiro y donde viven unas 45.000 personas. Un grupo de tiradores de elite de la Policía Federal brasileña ocuparon puntos estratégicos desde temprano. Pero abajo era una fiesta.
El Papa visitó primero la pequeña capilla de San Jerónimo, entró a la casa de Don Manuel, un vecino y dio un discurso en una cancha de fútbol de la comunidad. Hizo detener el papamóvil varias veces para saludar a su paso.
Cuando habló lo hizo sobre uno de los temas que más preocupan: la exclusión social. Habló de la solidaridad y aseguró que "cuando somos generosos en acoger a una persona y copartimos algo con ella -algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo- no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos".