En los aeropuertos en el mundo, las medidas de seguridad se han reforzado, quizás, como en ninguna otra parte. Revisan hasta los

 calcetines. No dejan avanzar mientras suene algo en el detector de metales o haya algo extraño en la maleta de mano, observado con rayos X.
Al principio hubo protestas, individuales y de organizaciones sociales, porque desde su punto de vista se atentaba contra la intimidad, la privacidad y los derechos humanos. No se generalizaron ni tampoco fueron de larga duración. Terminaron por entender la necesidad, la realidad. Hay demasiada violencia y gente dispuesta a dañar al colectivo.
A un diplomático mexicano, en alguna ocasión, por razones de seguridad, le revisaron la llamada “valija diplomática”, que se supone es intocable y existe norma internacional que prohíbe abrirla a extraños. En un primer momento, se resistió, protestó, pero pronto aceptó que tenía que ser observado el contenido. Y todos tranquilos. Los agentes no encontraron nada peligroso. Tampoco se pusieron a leer documentos del diplomático. Estuvo por delante la seguridad.
El aludido no presentó ninguna queja ni acudió a instancias internacionales para protestar por lo sucedido. Tampoco reportó el episodio a la cancillería ni a derechos humanos. Metió el asunto a su anecdotario.
Por la tragedia escolar en Coahuila, de nuevo ha surgido la necesidad de revisar las mochilas. Y de nuevo protestas de académicos, defensores de derechos humanos y organizaciones sociales, con el argumento de que se viola la privacidad de los menores, su intimidad.
¿Qué es más importante, la privacidad o la vida?
La realidad ya rebasó la privacidad, como en los aeropuertos. Es la realidad de México y el mundo. Ya es hora de cambiar gastados y obsoletos argumentos que no salvaron la vida del niño de Coahuila ni de su maestra.
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@zarateaz1