Intentos por amordazar a los medios han existido y existen en México y en el mundo. El tema de la regulación de la prensa escrita y electrónica no ha dejado de ser tentador y polémico.

 Al final, en la mayoría de los países, se ha procurado la autorregulación, antes que caer en la censura. Se han promovido la defensoría del lector y los códigos de ética, aunque no todos se han significado por llevarlos a la práctica. La autocrítica no es lo que distingue a los medios. Las notas aclaratorias y réplicas no funcionan igual, no se difunden en los mismos espacios a los que se alude. Se minimizan aun cuando el medio reconozca un error. Prevalecen la libertad y hasta el libertinaje en la difusión.

En México aplican las leyes de imprenta, la de radio y televisión y la de telecomunicaciones. La primera es de principios del siglo pasado. La segunda viene de los sesentas, con algunos ajustes posteriores. La tercera tiene su edición más reciente en 1995.

Por mucho tiempo, al menos en México, se alardeaba de que los medios eran “el cuarto poder”. Relativamente, porque la historia consigna casos de medios amordazados o cerrados. El papel que vendía el gobierno era una forma de controlar impresos. En los electrónicos, adquirir nueva concesión o renovar la existente en radio o televisión, también implicaba compromisos entre la autoridad y el concesionario. Las redes sociales tienen sus propios criterios sobre el contenido de los mensajes.

Hasta ahora, la autorregulación parece ser el mejor camino. Lo que ha faltado es perfeccionarla, para que vayan por delante códigos de ética y defensores de televidentes, oyentes y lectores.

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