Quienes votaron para que la senadora Ana Lilia Rivera fuera la presidenta de la mesa directiva de la Cámara de

Senadores, no se equivocaron. Contra viento y marea ha sabido salir a flote. Ha privilegiado la prudencia y tolerancia, sin necesidad de tener que levantar la voz ni dar manotazo sobre la mesa; le ha bastado con aplicar el reglamento.

Superó la discusión de temas que no escaparon de exposiciones estridentes, como en cualquier parlamento donde hay libertad para expresarse y se puede decir lo que les venga en gana, incluso llegar a faltas de respeto.

No es sencilla la conducción, sobre todo cuando se tiene que meter al orden a compañeros o compañeras de su grupo parlamentario, que, por ser de la misma bancada, creen que la presidencia no les puede negar nada, aunque se pise el reglamento.

Fue lo que le pasó a la senadora Rivera con su compañera Malú Micher, quien, en la sesión del 25 de octubre pasado, exigía el uso de la tribuna cuando se discutía el dictamen sobre la ley de ingresos.

No era para hablar del tema, sino para exhibir y quejarse del diputado Gustavo Madero, porque el integrante del Grupo Plural había calificado en twiitter a los morenistas de marranos por su forma de legislar.

Fue tal el disgusto de Malú que aprovechó el incidente para anunciar su desprendimiento de Morena, aunque ella ya traía cuentas pendientes con su partido desde que se la jugó con Marcelo Ebrard en el proceso para elegir coordinador o coordinadora de la 4T.

Ana Lilia Rivera supo conservar el orden y llevar a buen término la sesión del Senado.

Arturo Zárate Vite

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