Cuando alguien se ha atrevido a medir fuerzas o retado públicamente al presidente, las consecuencias no esperan.

El expresidente Luis Echeverría por un momento creyó que desde su casa en San Jerónimo podía seguir influyendo en la política nacional y el mandatario en turno José López Portillo lo nombró embajador en las Islas Fiyi, que está, de la Ciudad de México, a más de 20 horas en avión y no hay vuelo directo ni diario.

Joaquín Hernández Galicia, poderoso dirigente petrolero, terminó en prisión, acusado de diversos delitos, después de enfrentar a Carlos Salinas con un texto biográfico. La dirigencia obrera también advirtió, en Los Pinos, que estaba en riesgo la misma institución presidencial si se dejaba caer a la industria petrolera.

En el gobierno de Ernesto Zedillo fue encarcelado Raúl Salinas, hermano del expresidente Carlos Salinas. El expresidente intentó presionar haciendo huelga de hambre en Nuevo León.

La maestra Elba Esther Gordillo, cuando era considerada la mujer más poderosa en México, fue detenida y llevada a prisión en el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto. La dirigente magisterial hizo públicas sus diferencias sobre la política educativa con el gobierno en turno.

En el sistema presidencialista mexicano ha sido y es evidente el poder del presidente. Por muchos años no se le podía hacer ningún tipo de crítica en medios.

Con el tiempo y en estricto respeto a la libertad de expresión, los mandatarios terminaron por tolerar la crítica periodística.

Lo distinto: su reacción ante personajes que se han atrevido a cuestionar o retar de manera directa el poder presidencial.

Arturo Zárate Vite

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