Las diferencias internas son las que llevan a la ruina a los partidos políticos, en México y en cualquier parte del mundo.
Cuando sus integrantes se empiezan a pelear a la vista de la sociedad, la organización comienza a debilitarse.
También sucede cuando cometen actos aberrantes, excesos, corrupción y ostentación.
En México así fue perdiendo fuerza el PRI hasta que fue derrotado en la elección presidencial de 2000, después de 70 años.
La permanencia del PAN en el poder duró menos, apenas dos sexenios y con una elección, la de 2006, severamente cuestionada por los recursos y mañas utilizadas para obtener la ventaja. Los panistas enloquecieron apenas empezaron a saborear los beneficios del poder, amasaron fortunas y se desentendieron de sus compromisos con el pueblo.
Además, sus desatinos en el ejercicio del poder, la complicidad con la delincuencia organizada y sus pleitos internos por la candidatura presidencial, los llevaron pronto a la derrota.
Morena está ahora en el poder y claro que tiene diferencias internas, pero lo que más le está haciendo daño es que algunos de sus cuadros se desconecten de los principios básicos de la organización, en particular con lo que llaman austeridad republicana y justa medianía.
Hay diferencias sobre los requisitos a cumplir para candidaturas a gobiernos estatales en 2027. Sobrevive el fantasma del nepotismo.
Si el partido guinda no demuestra capacidad para corregirse y preservar la unidad, su mayoría legislativa, la mayoría calificada, podría estar en riesgo en la próxima renovación de la Cámara de Diputados.
Arturo Zárate Vite
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