En el PRI dirigido por el zacatecano Genaro Borrego 1992-1993, en el sexenio de Carlos Salinas, se promovió
lo que se llamó “refundación” para sacar al partido de su anquilosamiento, revitalizarlo, después de su cuestionado triunfo en 1988, cuando se cayó el sistema.
Los priístas nunca entendieron o no quisieron entender la refundación, así que poco o nada hicieron para que tuviera éxito. La estructura se siguió oxidando y, si ganaron con Ernesto Zedillo en 1994, mucho tuvo que ver el impacto emocional que causó en la sociedad el asesinato de Luis Donaldo Colosio.
El PRI se siguió deteriorando, Zedillo nunca se interesó por revivir y fortalecer al tricolor, por el contrario, marcó distancia, quizás resentido por el maltrato y ninguneo que sufrió cuando se desempeñó, al menos en el papel, como coordinador de la campaña de Colosio, sin imaginar que iba a ser el candidato presidencial
sustituto, por órdenes del inquilino de Los Pinos.
Lo dejó a su suerte y ya sabemos como le fue en el 2000 con la embestida del vaquero Vicente Fox.
Eso de la refundación fue un fracaso y el partido no ha dejado de caer, tocará fondo cuando pierda el registro y puede suceder en el 2027.
Los panistas con Jorge Romero a la cabeza han bautizado como “relanzamiento” lo que pretende oxigenar al blanquiazul; darle la fuerza necesaria al menos para lograr, en la elección intermedia, en la renovación de la Cámara de Diputados, quitarle a Morena la mayoría calificada.
El problema para los azules es que su “relanzamiento” es con los mismos que perdieron en 2018 y 2024.
Sin sangre nueva, nunca van a recuperar la confianza de la gente y su relanzamiento no pasará de la simulación.
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