Algunos políticos y periodistas mexicanos, de esos que defienden a ultranza las supuestas virtudes del pseudoproyecto de autoritarismo descarado y retroceso democrático, que en sus insanos devaneos esquizoides suponen "transformación", rasgaron con indignación sus vestiduras y, cual plañideras en entierro, lamentaron a los cuatro vientos la infame e inmerecida “censura” de la que fue objeto el presidente Donald Trump,

al ver interrumpida en las principales cadenas televisivas y radiofónicas de los EE.UU. su teatral declaratoria de fraude y su velada convocatoria a la confrontación callejera: "Si cuentan los votos legales, gano fácilmente. Si cuentan los ilegales van a robarnos las elecciones (aquí es donde los mexicanos sufrimos un" deja vu ").

Tras más de dos sexenios en México de crónicos delirios de confabulación, mafias del poder y fraudes por doquier, no extraña que un acto encomiable y valiente de congruencia democrática, haya sido degradado por algunas mentes reducidas y obtusas al rango de "complot". Pero, ¿qué puede esperarrse de quienes en su inconmensurable apetito de poder prefieren regalar nuestras instituciones al diablo antes de que aceptar una merecida derrota? ¿Cómo no iba a indignarles que desarmaran la mentira, la manipulación, la desvergüenza y el artero ataque a la democracia si blanden en su lucha las mismas espadas?

La libertad de expresión, como derecho universal, no puede ser restringido por previa censura, pero no es un derecho absoluto; está sujeto a responsabilidades ulteriores. La posibilidad de difundir ideas y opiniones a través de cualquier medio, como deja claro la propia declaración universal de los derechos humanos, no es una licencia a la ilegalidad; encuentra sus fronteras naturales en el respeto al derecho y la reputación de los demás, en la preservación del orden público, en la incitación irresponsable a la violencia, en las apologías del odio, o en el respeto a la honra y la dignidad del “otro ”(Algo que parece no recordar, por cierto, nuestro inquilino de Palacio). Polarizar a la sociedad con fines maniqueos, taladrar su mente con discursos de odio racial y proclamas ultra derechistas,

No nos engañemos: el móvil de la airada condena expresada por nuestros connacionales a la acción valiente y decidida emprendida por los medios de comunicación en nuestro vecino país del norte, no es parte de una cruzada en defensa de la libertad de pensamiento, ni la expresión espontánea de una impoluta vocación democrática; es el temor de que nuestros propios medios de comunicación decidan hacer lo mismo con el esperpento de glorificación demagógica y polarización populista que han dado en llamar las “mañaneras” (un título tan odioso y ramplón como el “aló presidente” del difunto Hugo Chávez) : Soliloquio decadente de clasismo bananero, tribunal de la venganza y del odio donde el debido proceso y la presunción de inocencia son tan solo un sofisma democrático.

¿No es acaso un derecho de los medios seleccionar sus contenidos para dar difusión responsable a la información veraz y verificable antes que hacerse eco de falsedades y de basura manipulativa? ¿Por qué alguien estaría obligado a dar seguimiento a este espectáculo insulso e intrascendente, mientras los cementerios de nuestra nación vomitan a sus muertos? ¿Tenemos obligación de convertirnos en la caja de resonancia de un divisionista resentido? Evidentemente no: me niego a la complicidad con quien, montado en su discurso de odio, dinamita la democracia y fragmenta nuestra sociedad.

Mientras tanto, lejos de los maiceados, los chayoteros, los fifís, los vendepatrias, los señoritingos, y de todos aquellos que personalizan los odios y los resabios de nuestro ínclito "iluminado", resuena el primer mensaje de Joe Biden a una nación polarizada: "Prometo ser un presidente que no busca dividir, sino unificar, que no ve estados rojos y estados azules, sino que solo ve Estados Unidos" (…) Soy un demócrata orgulloso, pero voy a gobernar como presidente de Estados Unidos y trabajaré duro por aquellos que no votaron por mí, así como por aquellos que lo hicieron ”.

¡Alguien aquí debería avergonzarse!

Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.