Karl Popper, considerado hoy día como uno de los filósofos de la ciencia más relevantes del siglo XX, mencionaba cuando se le concedió el doctorado "honoris causa" de la Universidad Complutense de Madrid, que hay tres principios éticos que deben ser observados si es que pretendemos descubrir la "verdad": El "principio de la falibilidad", que nos obliga a asumir la posibilidad de que estemos equivocados, el "principio del diálogo racional" por el que debemos siempre asumir una actitud crítica como parte de nuestra responsabilidad intelectual,
y el "principio del acercamiento a la verdad a través del debate", que nos permite (incluso en aquellos casos en los que no se llega a un acuerdo), mejorar nuestro entendimiento. Tales principios llevan implícito el reconocimiento de nuestras fronteras y limitaciones (lo que supone renegar de nuestra megalomanía), la imposibilidad de aseverar con absoluta certeza que poseemos la verdad, y la necesidad de un espíritu de tolerancia, diálogo y autocrítica que nos aleje de los dogmatismos y las complacencias.  Cabe destacar en este punto que tales principios, en lo que atañe al manejo de la pandemia, han brillado por su ausencia; nuestro Secretario de Salud (incapaz de hilvanar cinco ideas consecutivas  que no provengan de un papel) y su infame zarevich, parecen tener un código distinto, una metodología singular, acartonada e inflexible apegada al "principio de la infalibilidad", al "principio del rechazo al diálogo racional" y, finalmente, al "principio del alejamiento de la verdad por evitación del debate", si es que es posible etiquetar de algún modo los principios que rigen la chamanería, la pseudociencia y la contaminación ideológica del conocimiento. Desde el inicio de la pandemia, nuestro errático subsecretario, subestimó la magnitud de la amenaza que se cernía sobre nosotros al declarar que "la virulencia y la letalidad del nuevo agente eran bajas" y que no existían "indicios sugestivos de un comportamiento grave". Así, la enfermedad no debía ser etiquetada como una emergencia sanitaria. Las consecuencias inevitables de tan erradas suposiciones fueron el retraso evidente en la implementación de las medidas apropiadas de combate sanitario, la falta de pruebas diagnósticas e insumos hospitalarios, y la exposición excesiva del personal médico y paramédico que enfrentó cara a cara al letal enemigo utilizando equipos de protección de muy dudosa calidad, lo que posicionó a México como el país con la tasa más alta de mortalidad a nivel mundial en personal sanitario, de acuerdo con informes de Amnistía Internacional y de la revista "The Lancet".  Mientras la ciencia basada en evidencias recomendaba con absoluta claridad la práctica abundante de pruebas diagnósticas para encontrar, aislar, supervisar y atender oportunamente a los pacientes, rastrear contactos para seguir y romper las cadenas de transmisión del virus, y señalar sin ambigüedades las ventajas ámpliamente demostradas del uso de las mascarillas,  descargaba incontinente su andanada verborreica para desestimar, con la evidente complacencia de su amo, las más elementales medidas de protección. ¿Y qué decir de su faraónica soberbia, de los interminables circunloquios y malabarismos pseudocientíficos con que intenta disfrazar su cortedad intelectual y ocultar el evidente sesgo ideológico, el servilismo político y su renuencia incomprensible a enmendar el rumbo, aun a costa de los muertos?
Con la insensatez del que rebaja el mérito ajeno para igualarlo con su pequeñez, descalificó de inmediato (aun sin conocer su contenido) el documento de consenso "La gestión de la pandemia en México", preparado por 6 ex secretarios de salud con el propósito de analizar las políticas públicas en el combate del coronavirus y exponer sus propuestas de cambios urgentes. Hoy, a meses de distancia de aquel fatídico comienzo, resuena en nuestras mentes la frase inaudita, la insensible revelación de un burócrata de la salud que quedará registrada en los anales de la infamia como apotegma macabro de la ineptitud y del fracaso; "los que fallecieron, fallecieron". No extraña así que la empresa Bloomberg, tras evaluar numerosas variables como el crecimiento de los casos, la tasa de mortalidad general, las capacidades para realizar pruebas, los acuerdos de suministro de vacunas, el impacto de las restricciones o los bloqueos económicos, nos hayan colocado en el último lugar de los 53 países evaluados, por debajo de Irak, Irán o Nigeria.
 
Rasputín, conocido como el "monje loco", fue un campesino semianalfabeto que abandonó a su familia para ingresar en un monasterio y, posteriormente, en una secta proscrita conocida como "los flagelantes", famosa por sus frecuentes orgías y francachelas. Se forjó una fama de curandero y vidente, que llegó a oídos de la zarina Alejandra Fiódorovna, esposa del zar Nicolas II, quien a raíz de una de las graves crisis hemorrágicas relacionadas con la hemofilia padecida por el zarevich Alexis Nikolaiévich, convocó a Rasputín, quién le aseguró que el heredero viviría. El monje sería considerado por la mística zarina como un santo. A partir de 1915, con Nicolás II ausente de la corte por el estallido de la primera guerra mundial, ejerció sobre Alejandra una influencia perniciosa, convirtiéndose de facto en su principal consejero, lo que le permitía deponer a placer a ministros y oficiales que no fueran de su agrado. No había ley u opinión que no pasara por las manos de Rasputín; lo mismo en política que en economía. Pronto, los rumores de sus constantes orgías, de su inmoralidad y de un tórrido romance con la propia zarina, acrecentaron el odio y la animadversión por tan oscuro personaje. El pueblo lo odiaba y repudiaba sus excentricidades mientras moría de hambre, y suponía que a la par que la zarina, deseaba el triunfo de Alemania. Rasputín fue así el más claro catalizador de la desgracia de los Romanov y de la revolución rusa de 1917.  
 
¡Entre curanderos te veas!
 
Dr. Javier González Maciel
 
 
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.