Los momentos de crisis, de decadencia política, de corrupción e impunidad rampantes, de creciente deterioro y descomposición social, esos en lo que se pierde la esperanza y se generaliza el

 hartazgo, esos en que se ausenta el talento y el liderazgo político,  son el marco perfecto para el surgimiento de los redentores, de las soluciones milagrosas, de las figuras mesiánicas, de las propuestas salvíficas: las que se apoyan en la fe, las que aprovechan la impotencia, el conformismo, la indiferencia, la credulidad, la desesperación, la ignorancia o la mediocridad de la ciudadanía. Es en tales entornos de descontento y desesperanza social, donde el arribismo de los "ungidos", de los "visionarios" y los "elegidos", puede crear expectativas desproporcionadas, promesas de cambio inmediato y de transformación profunda que, alejadas de un proyecto racional, se cimientan en el fanatismo, en la sumisión dogmática, en los atributos idealizados y "extraordinarios" de un carismático arribista; su "voluntad inquebrantable", su "bondad intrínseca", su "pureza" indiscutible. Tal deificación o sacralización de un líder, es reforzada a cada paso, destacada a través del discurso, de velados simbolismos, de una imagen creada a modo para hacerlo "creíble" ante su feligresía. Será revestido con la caridad, con el desprendimiento generoso del que reparte su hacienda; extenderá su dádiva magnánima (siempre con sombrero ajeno) al pueblo explotado, al olvidado, al indefenso. Lucirá ante el mundo su disfraz de humildad, su fingida simplicidad, su careta inmaculada de temperancia y moderación: Mientras condena el derroche, reniega de los excesos, desaprueba el despilfarro y maldice el lujo, habitará con los suyos en su suntuoso palacio, repartirá prebendas a sus fieles y allegados, y tolerará con cinismo los abusos de su obispado. Será el paradigma de la sencillez y el arquetipo de la sobriedad; con su imagen desgarbada y descuidada, tejerá su discurso con las frases del pueblo, con la parábola simplista, casi emocional y primitiva, con su narrativa insulsa que apela a la devoción, a la confianza ciega, a la credibilidad incondicional en su régimen de esperanza.  Revestido de tales atributos asumirá su "misión", su ministerio salvador, su tarea suprema de preservar el orden; tutelará la libertad de todo un pueblo que, inmaduro y crédulo, irreflexivo y dócil, incapaz de gobernarse a sí mismo, entregará su voluntad a los caprichos de su redentor, a esa figura paternal y benévola que anuncia la redención, que proclama el milagro de la igualdad, que castiga a los traidores y que exige cuentas a los corruptos, que muestra el verdadero rostro de los "enemigos" del pueblo y que despoja a los ladrones de su botín mal habido.  
Los resultados no interesan; no se trata de un juicio racional, de decisiones acertadas u oportunas, de la viabilidad de su propuesta o de la factibilidad de su proyecto; es un acto de fe, una apuesta devocional y fanática que exige sumisión, paciencia, fidelidad incondicional. Basta repetir hasta el cansancio la declaración vacía, la esperada promesa, la proclama redentora: Estamos bien, el bienestar llegará pronto, ya vemos la luz al final del túnel, hemos domado todos los males con nuestra fuerza moral, hemos erradicado al corrupto, hemos barrido las escaleras del pecado, hemos desenmascarado al neoliberal, al señoritingo, al farsante, a quienes concentran el mal, a los que materializan el pecado y la ceguera de los infieles; a esos espectros que pueblan su narrativa, a los depositarios de su odio, a los fantasmas de su envidia, a quienes encarnan su propia incapacidad, su pequeñez y su impotencia. Esas figuras sin rostro, impersonales e indefinidas, en las que se ceba su escasa inventiva, a las que llena de adjetivos, de improperios y de insultos para concretar la promesa, el desquite popular, la esperada reivindicación, la acción justiciera; para instrumentalizar los agravios ancestrales, para capitalizar el resentimiento y usar a su favor los resabios y los rencores del enardecido populacho: Expulsará a los mercaderes de su templo, condenará a los fifís, a los intelectuales orgánicos, a los mafiosillos, a los pirruris, a los salinistas, a los neoporfiristas, los espurios y los conservadores, a Usted y a mí y, en suma, a todos aquellos que en nombre de la racionalidad, de la evidencia o de la reflexión, cuestionen al iluminado o desvirtúen su mensaje.
Nuestro inquilino de palacio se encarama a los altares, se asume como el único dotado, como el poseedor de la verdad, como el infalible justiciero que salvará la república, que mantendrá el bienestar y garantizará el orden. ¿Para qué más voluntades, organismos o contrapesos donde  todo lo abarca la excepcionalidad del "supremo", del incorruptible, del defensor y protector del pueblo?
Es en este marco mesiánico, en este engaño burdo de su poder salvífico, donde parece surgir el último milagro, el más reciente engaño del inquilino de palacio, la ratificación de la fuerza de la voluntad y del influjo positivo de sus amuletos:  La gloria de la resurrección, el regreso desde las tinieblas de la covid, el triunfo supremo de la integridad moral, la reafirmación de la encomienda histórica (que no la pericia de los médicos, el acceso a oxígeno y a medicamentos inalcanzables para el grueso de la población, o la más sofisticada y costosa tecnología sanitaria). Desde la oscuridad y la especulación, y a pesar de los malignos augurios de sus numerosos "adversarios", emerge victorioso en el "palacio celestial", engalanado con el lujo que merecen los ungidos, frente a los próceres de la patria elegantemente enmarcados,  que pretenden recordarnos el destino del "iluminado", su misión gloriosa, su superioridad moral. Nada mejor para el imaginario dúctil del ignorante populacho que ver a su guía emerger de los sepulcros, con su andar lento y luciendo en su gesto las heridas de la flagelación; el triunfo del espíritu sobre la debilidad del cuerpo.
Se conoce como el Plan Valquiria o el complot del 20 de julio, al último intento fallido de asesinar a Hitler (se cree que sufrió más de cuarenta), que fue organizado por conspiradores militares y civiles que intentaban terminar con el control nazi y encontrar una salida negociada con la contraparte aliada que pusiera fin a la segunda guerra mundial. Los militares se harían cargo del atentado y del control del Reich. El ejército de reserva, originalmente destinado a reprimir cualquier disturbio ocasionado por los innumerables trabajadores forzados que existían en Alemania, se utilizaría en el marco del complot para neutralizar a las unidades fieles al régimen como las SS y la Gestapo. El principal impulsor de tal conjura fue el conde Claus Schenk von Stauffenberg, un militar con acceso a la cúpula nazi. El 20 de julio de 1944 en la Guarida del Lobo, uno de los cuarteles generales de Hitler, colocaría un maletín explosivo. Pretextando que padecía una notable debilidad auditiva, pidió sentarse cerca de Hitler y arrastró hacia su "blanco" el artefacto mortal. Se excusó entonces y abandonó la sala para responder una supuesta llamada telefónica. Pronto se apartó del lugar y a las 12:42 la bomba estalló. Stauffenberg, convencido de la muerte de Hitler, no adivinó que en su ausencia alguien había desplazado el maletín situándolo detrás de la gruesa mesa de roble que, junto con las ventanas abiertas del salón, desvió la onda expansiva de la explosión. Hitler salió "milagrosamente" ileso y pronto aplastaría el golpe que se preparaba para deponerle. El domingo que siguió al atentado, sacerdotes y pastores equipararon a Hitler con un enviado de la divina providencia. En muchos sectores de la población y en el propio Führer, el ataque fallido reforzó el mito de su indestructibilidad y la naturaleza sobrehumana de su misión. Entre aquel atentado y el final de la guerra, el 8 de mayo de 1945, morirían 10 millones de personas a consecuencia del enfrentamiento bélico.
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina