Designada en años recientes como palabra del año por el diccionario de Oxford, el término "posverdad" (surgido en la lengua inglesa en 1992 como "post-truth"), parece describir un fenómeno cada vez más prevalente en el ámbito de la política y de la comunicación social. Se refiere a esas circunstancias en

que los hechos objetivos, los sucesos reales y verificables, los datos contrastables y comprobables, tienen menor peso, credibilidad, importancia e influencia para modelar la opinión pública que apelar a los sentimientos o a las creencias de las personas; en medio de un bosque de simbolismos y bajo el influjo de un discurso emocional (que nos dice a menudo lo que deseamos oír, que refuerza nuestros prejuicios o nuestras creencias, que nos impele o nos incita a actuar en el sentido deseado, que respalda y solidifica nuestro propio entramado de opiniones y convicciones), la veracidad se tambalea, la realidad se distorsiona, la objetividad se banaliza para dar paso a los imaginarios populares, a la invención pura y simple, a la subjetividad o la relativización, a la supremacía de la consigna o del eslogan, a los testimonios personales y anecdóticos. La verdad se diluye como criterio de juicio y la argumentación racional, la información precisa, la opinión experta, los hechos que pueden ser verificados y constatados en la realidad misma, son reemplazados por relatos "alternativos", por elaboraciones discursivas de corte emocional, por verdades distintas moldeadas a conveniencia. No se trata aquí ya de lo que "es", sino de lo que "aparenta ser", no es un asunto de "ética", sino de "estética". El discurso político en la era de la posverdad, como otros fenómenos de naturaleza emocional, elude la verdadera dimensión de los hechos circundantes para recrear el entorno, para confeccionarlo como un traje a la medida de sus intereses y pretensiones, para generar esa realidad distinta pero "equivalente"  donde la veracidad de "lo que se dice" queda diluida por el impacto emocional que causa en el oyente, por esa "verdad "postfactual" impuesta desde una narrativa teatral, emotiva y atestada de prejuicios, que mina la racionalidad y el análisis lógico.  La posverdad porta un mensaje emocional, contundente y categórico que opera sobre las masas, que impone esos relatos e interpretaciones que no requieren demostración o comprobación de cara al interlocutor, que resultan tan creíbles como confiables en tanto dispongan de la suficiente carga emocional para reafirmar sus convicciones. Así, la mentira se despenaliza, se torna aceptable y convincente. El político se despreocupa por el dilema esencial entre "lo falso" y "lo verdadero"; importan más las reacciones y las percepciones masivas. De este modo, los argumentos objetivos que esgrime el científico, el experto, el intelectual o la prensa veraz y responsable, son fácilmente desechados, nulificados y aplastados: sin límites éticos no hay argumentación que valga ni deliberación o debate que resista el embate de la irracionalidad: se negará lo evidente, para apuntalar lo inverosímil. 

Tras la publicación del artículo "Lack of medicines in Mexico" en "The Lancet", una de las más prestigiosas revistas científicas del mundo, que da cuenta del desabasto imperante desde hace 2 años en toda clase de medicamentos (no sólo los relacionados con el tratamiento de los niños con cáncer, sino de vacunas no relacionadas con el covid-19, insulina, metformina y otros muchos fármacos de uso común), de un incremento en el porcentaje de prescripciones no surtidas del 2% en 2019 a 8% en el 2020, de una disminución en la vacunación contra la tuberculosis, el tétanos y el virus del papiloma humano de un 92%, un 81% y un 73%, respectivamente en relación con el 2019, de la irresponsable y negligente cancelación del sistema de compras consolidadas de medicamentos que pasó del IMSS a la SHCP: tras situarnos con su criminal manejo de la pandemia en el cuarto lugar de mortalidad en el mundo por covid 19, tras tachar a los niños con cáncer de golpistas orquestados por la derecha internacional, tras el manejo político de las vacunas que se almacenan o se aplican a discreción bajo criterios de orden político y electoral, ¿cómo puede atreverse nuestro primate palaciego con evolución abortada, nuestro fracasado aprendiz de dictador, nuestro mendaz megalómano venido a menos (con el aplauso y el apoyo de sus nefandos e impresentables matasanos) a afirmar que estamos a punto de acceder a un sistema de salud tan eficaz como los que existen en Dinamarca o en Canadá, que la pandemia está domada, que está ya resuelto el problema del desabasto de medicamentos y de insumos médicos?

Triste posverdad de su populismo barato, de esa distorsión facciosa de la realidad que suplanta la opinión documentada de los expertos con la verborrea incontenible de un charlatán, que confunde el principio de igualdad democrática, donde "todos tienen derecho a opinar" con el principio de la equidad populista (donde "todas las opiniones pueden ser igualmente verdaderas") que ha encumbrado a un personaje cantinflesco, ignorante y pretensioso a las cimas del poder. 

Hemos llegado al culmen del espectáculo político, a la arena de la posverdad, a esa etapa descrita por Ludwig Feuerbach en el siglo XIX que anticipaba como un mal presagio los rasgos de los populismos latinoamericanos (incluido el que comanda con descaro nuestro inquino de Palacio): "Nuestro tiempo, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser"

Dr. Javier González Maciel 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina