La cultura ilustrada del mérito que invadió la mentalidad de Occidente desde el siglo XVIII hasta la década de los setenta de la pasada centuria (en la que

muchos de nosotros crecimos y nos formamos), nos permitió liberarnos de las cadenas del determinismo: Al forjar lo que somos, al labrar nuestra propia suerte con el cincel del esfuerzo, al entender el sentido del deber y de la responsabilidad, de cara a la sociedad y en la intimidad del espejo, asumimos nuestro ser con libertad y autonomía. Pero tales cualidades son a un tiempo pesadas cargas; se apoyan en la madurez, en la asunción personal de sus alcances y consecuencias.  De ahí la tentación de dimitir al propio ser, de renunciar a la condición de "sujeto" activo, de eludir los compromisos, de evadir las culpas o las responsabilidades de los propios actos, de justificar los fracasos, de posicionarse como el juguete inerme de la exterioridad adversa, de tomar la ruta enfermiza, la escapatoria indigna del infantilismo y la victimación, esa variante mórbida de la cultura donde no se rivaliza en la virtud o en la excelencia sino en la exhibición de la desdicha, en la ostentación maliciosa y ventajista del infortunio y la desgracia. No se trata aquí de la víctima auténtica, del daño fortuito e indeseado que nos entrega involuntariamente a las garras del sufrimiento; se trata de una elección, de un rol que se asume con conciencia y ventaja, de un proyecto de identidad personal, de una posición existencial con la que se suelen explotar la "ofensa" y el "sufrimiento". La victimación confiere el valor social de la "criatura doliente" marcada por la adversidad, vapuleada por la fatalidad y la desdicha: Fuente de conmiseración y simpatía, de "prestigio" y "reconocimiento" que otorga relevancia social al "estoicismo" del sufridor

El más insignificante e invisible de los sujetos puede hacerse "visible" en la escena pública mediante la ampliación desmesurada de su "humillación". Hará de cualquier gesto, de cualquier expresión o contacto (por nimio que sea), una ofensa exorbitante, una caja de resonancia de sus vejaciones y suplicios: Instante de gloria y purificación en el culmen del dolor. Pero en sus rasgos distintivos radica su falsedad; el victimista y su "desdicha" se despliegan como una mera extensión metafórica de la víctima real donde los hechos y las realidades objetivas que dañan y lesionan son reemplazados por el discurso hueco, por la retórica falsaria del sufrimiento y de la ofensa. Pero hay algo aún más indignante: El victimista es "reversible", un ente mutante y camaleónico; cambiará su perfil de ajusticiado a verdugo, de maltratado a ofensor, de agraviado a agresor. Expresión diáfana del fraude y la impostura, prueba fehaciente de la simulación y la teatralidad. 

¿Pero donde radica la ventaja del sufrimiento? La desgracia y el dolor del victimista (siempre subjetivos, intensos y desproporcionados) orientan los reflectores sobre el "yo" del ofendido, alimentando su narcisismo, situándolo en el orden de una humanidad superior por encima de sus semejantes. 

¿Puede haber un despliegue más patético y vergonzoso de victimación e infantilismo (indigno de quien pretende regir los destinos de nuestra Nación) que las recientes declaraciones de nuestro Inquilino de Palacio respecto a uno de tantos tuits que circulan en las redes y que presuntamente pertenecía a uno de los 31 científicos perseguidos por sus gobierno en uno de los actos más infames de revanchismo y demonización de los intelectuales, acusados por su gobierno de delincuencia organizada?

"Ofende a Beatriz y me ofende a mí, ¿qué tenemos que ver nosotros? Es producto de todo un proceso de deformaciones que se fueron creando durante el periodo neoliberal, cuando hablo de que fue peor esto que el porfiriato, puedo probarlo”, comentó el mandatario.

Nuestro Inquilino de Palacio dio lectura al tuit: "Comiencen con la puta pseudoescritora, pseudoinvestigadora, ¿no saben quién es? La zopilota, esa idiota que no sabe ni escribir una frase sin faltas de ortografía, ella no tiene ningún fuero y gracias al pendejo, loco, imbécil, ese al que hoy limpian los zapatos ustedes y Gertz".

“Imagínense cuánto odio a Hidalgo por haber planteado la libertad de los esclavos, por haber dicho a los oligarcas que su dios era el dinero; cuánto odio que le cortaron la cabeza y la exhibieron en la plaza principal de Guanajuato por 10 años”.

¡Patética demostración de victimismo! ¡Parodia ridícula del sufrimiento de nuestro prócer! Sed de notoriedad y admiración narcisista; justificación velada e inútil de que la ofensa, los ataques de sus adversarios y la desventura son la causa inevitable de su ineptitud y su fracaso. ¡San Andrés de Calcuta encumbrado a los altares! Ridículo intento de hacerse con la bondad, la virtud y la inocencia. 

¡Deje de espolvorear sus miserias por el deplorable escenario de sus ridículos! Es hora de gobernar 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina