El argumento es sin duda la clave del razonamiento; así, la justificación de una postura, la credibilidad de una proposición, la validez de una tesis, la

sensatez de un discurso o la estructura congruente y lógica de nuestras afirmaciones y enunciados, transita por el "logos", por el lenguaje racional, por la exposición estructurada de nuestras ideas y pensamientos. La discapacidad argumentativa, la imposibilidad intelectual de dar apoyo a nuestras conclusiones en el sólido entramado de las "premisas" y las "evidencias", o la tendencia a transmutar los "prejuicios" en "razones", son los síntomas patognomónicos, las manifestaciones inconfundibles de la estupidez y la ignorancia. Donde se agotan los argumentos  aparecen los engaños, las falacias, las trampas discursivas, la verborrea incontrolable, la "justificación" ideológica, el estallido violento, el insulto y la denostación, las generalizaciones infundadas, la amenaza y la intimidación. Incapaz de rebatir, de objetar desde la crítica, de proporcionar las razones que contravienen el argumento, de proporcionar la evidencia que apuntala sus opiniones, el idiota ofende, descalifica, insulta, denuesta, aferrado siempre a su armadura doctrinaria:  En la falacia "ad hominem", en la descalificación, en la desacreditación y en el ataque sistemático de la persona que argumenta, encuentra la escapatoria, la precaria salida a su debilidad intelectual. La estupidez encuentra siempre el atajo para arribar a las conclusiones sin pasar por las premisas. Su conclusión es dogma, prejuicio, eslogan, acartonamiento inamovible de "ideas" y "convicciones".

Nada más patético y decadente que la parálisis intelectual, la atrofia neuronal irreversible, la ignorancia incurable, la rusticidad discursiva, la "ecolalia ideológica", la vulgaridad desbordada. y la incapacidad absoluta para argumentar y dialogar, de la que hicieron alarde los diputados del bloque oficialista ante el mandato inapelable de su mesías tropical para que impusieran (a cualquier precio), la ahora malograda reforma eléctrica. A la argumentación opositora de que dicha reforma favorecería la creación de un monopolio estatal, pondría en riesgo el Tratado Comercial con EE.UU. y Canadá, promovería el uso de energías contaminantes, ahuyentaría la participación del sector privado tanto nacional como internacional, basaría la política energética en el uso del carbón y los combustóleos e incrementaría las tarifas al consumidor al dejar de lado el criterio económico que hasta ahora ha privilegiado al proveedor que oferta la energía más barata, solo escuchamos  la respuesta ideológica, la "cantaleta soberana", el insulto y la proclama, la acusación y el parloteo:  ¡Traidores a la patria! ¡Enemigos del pueblo! ¡Vende patrias! ¡Defensores de los intereses extranjeros!

Repetición compulsiva de los eslóganes doctrinarios, replicación descerebrada de la consigna y del mandato:

“Considero que el día de ayer se cometió un acto de traición a México por parte de un grupo de legisladores que en vez de defender los intereses del pueblo, de la nación, de defender lo público, se convirtieron en francos defensores de empresas extranjeras que se dedican a medrar, a robar. Estos diputados respaldaron a los saqueadores"

“Lo de ayer, sin exagerar, tiene que ver con ese pensamiento conservador que predomina, ellos prefieren estar bien con los potentados y hubo diputados, mujeres y hombres que votaron en favor de México, en favor de los intereses de México. Que no digan los vende patria que la reforma afectaba”

Quien rehúsa transitar por el camino de la argumentación, corre el riesgo de extraviarse en las selvas del odio. 

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina