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Para la generación que nos tocó sobrevivir al sismo de 1985 nos quedó la herida

que no ha cicatrizado del todo. Esos recuerdos de franca impotencia, de enorme solidaridad y de improvisación masiva. Esos llantos, quejidos y gritos que se desprendían desde el fondo de los escombros mientras en la superficie por vez primera se solicitaba silencio para atender los llamados de auxilio. Una ciudad, nuestra ciudad semidestruida. Un estadio de béisbol convertido en la morgue más grande en la historia de la macrourbe. El aullar de las sirenas en una imagen cargada de humo y polvo. Y a partir de ahí a crecernos como sociedad y comprender que mientras más preparados, más educados en materia de protección civil, tendremos mayores oportunidades de salvar la vida. Se cambiaron desde entonces los reglamentos de construcción, se implementaron los “puntos de encuentro”, se consolidó la asistencia al prójimo, se aprendió a bajar escaleras y evitaron elevadores durante las sacudidas, se le dio un intenso valor a los socorristas, a los soldados, a los bomberos. Se instalaron alertas sísmicas en calles, en celulares, en oficinas, en medios de comunicación. Hay rutas de evacuación bien localizadas y al inicio de cada evento masivo se informa cómo actuar en caso de desastre. Si, hemos avanzado pero nos falta. Tenemos que aprender a no construir de manera clandestina o elevar más pisos de los autorizados, no sobrecargar de peso las viviendas y edificios, respetar los señalamientos viales, dar paso a las unidades de asistencia, no bloquear calles con basura, evitar seguir a las ambulancias para ganar tiempo y espacio al resto de los autos particulares. Esa si ese tarea nuestra. Tener listos teléfonos celulares, botiquines médicos, documentos vitales como actas de nacimiento o títulos de propiedad. Ahí todavía, en estos últimos elementos estamos atorados, no hemos cumplido totalmente. Debemos de entender que un simulacro no significa sólo abandonar el inmueble de manera ordenada. Es saber qué hacer ante un evento que puede, en segundos, derrumbar los edificios, puentes, ejes viales y viviendas más seguras. Atender a los heridos, remover escombros sin poner en riesgo a las víctimas. Muchos jóvenes con toda razón no entienden bien a bien que significa un sismo de esa magnitud aunque en los últimos años ya han experimentado esas sacudidas, pero nunca como la de 1985. Ya entienden, vieron y fueron testigos de qué manera si se desploman sus casas o sus escuelas y se han visto en la necesidad de enterrar a sus amigos o familiares muertos. Queda pues nuestro recuerdo pero también el llamado a ser protagonistas de cambios que nos generen seguridad y respeto entre nosotros.