Las cosas no van bien en este país, y pareciera que existe toda la intención de que nuestra cohabitabilidad se siga deteriorando día tras día para alcanzar el maximo anhelo de que todos los mexicanos dependamos de las dádivas institucionales y convertirnos así en los integrantes de la gran masa de hombres y mujeres obligados a elogiar a quien por su magnanimidad nos proveerá de lo estrictamente necesario para nuestra sobrevivencia, porque como lo señalara en muchas de sus disertaciones, tenemos que ser un pueblo austero.

Si alguien se puso a meditar por esa cita que lanzó apenas en la mañanera de hace tres dias, en el sentido de que no son necesarios los lujos ni los excesos, y que si la gente tiene para comer frijoles, arroz y tortillas, pues con eso era más que suficiente. No sé si los mexicanos estén conscientes de lo que está ocurriendo, pero en un sistema democrático como el que durante tanto tiempo mantuvimos, con todos sus excesos y sus desatinos, nunca antes nadie nos sentenció a comer simplemente arroz, frijol y tortillas, como lo hizo el Presidente Andrés Manuel López Obrador. 

Hay indicios comprobables de que el futuro de este país está siendo diseñado por las dictaduras que integran el bloque populista del Continente Americano, y la mejor muestra de ello es la circunstancia que el propio gobierno federal ha impuesto con la llegada de presuntos médicos especialistas traídos desde Cuba, confirmando las ligas de índole comunista que mantiene el señor López Obrador, y que sigue el mismo libreto que han empobrecido y condenado a la mendicidad a pueblos o como Cuba, Nicaragua, Honduras y Venezuela.

Nuestra lamentable realidad indica que de no conformarse una amplia alianza entre los partidos de la oposición, la sociedad civil y los sectores productivos, nuestro destino en el corto plazo será didicil, y quizá tengamos que entrar en una fase en la que el endurecimiento de las disposiciones gubernamentales provoquen sangrientos enfrentamientos como ha ocurrido en los países del bloque comunista encabezado por la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. Desde la toma de posesión del actual mandatario, debimos haber entendido la condena que nosotros mismos nos impusimos al mantener en Palacio Nacional al sátrapa dictador venezolano, de quien dijo era muy su amigo.

No puedo pensar que los mexicanos todos seamos indolentes o que nuestra irresponsabilidad colectiva nos condene a padecer uno de los mayores males que enfrenta el hemisferio con los gobiernos populistas. En lo personal no concibo que mi familia tenga que padecer hambre porque esa es y será la vil condena para quienes desde el ejercicio periodístico hemos sido epitetados como enemigos de un régimen al que hemos desenmascarado en nuestras disertaciones de todos los días. 

México y los mexicanos no merecemos un futuro construido por la mendicidad de unos cuantos que alcanzaron el poder por el hastío de los malos gobiernos, pero sí de algo podemos estar seguros, es de que nunca con los regímenes anteriores perdimos esas libertades que ahora están no tan solo en riesgo, sino que han perdido vigencia y que en el corto plazo tendríamos que abandonar de no hacer algo por nosotros mismos. Los movimientos que han surgido en diversas partes hablan de la vigencia en la diferencia de pensamiento, pero las decisiones presidenciales modificando ordenamientos nos ahogaran irremediablemente de no conformar en el corto plazo una fuerte alianza entre todas las fuerzas políticas y sectores sociales para evitar que México quede en manos de una caterva de ambiciosos hombres y mujeres que no conciben que la democracia es la que nos ha dado viabilidad como país. Al tiempo.

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