No tengo la menor duda que seguimos siendo ese México al que André Breton calificó como el “país

 más surrealista del mundo”. Y no es que tenga yo alguna noticia en el sentido de que el pensador francés se vaya a poner de moda nuevamente, lo único es que desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la Republica la mayor parte de las decisiones y del gasto público obedecen a ocurrencias propias del momento en que se desenvuelve el Primer Mandatario, y lo peor, quienes lo aconsejan, si es que recibe consejos.

Para decirlo más claro, hasta ahora no tengo noticias de la estructuración de un plan de gobierno en el que se inserten proyectos, mecanismos, metodologías y metas alcanzables y medibles. Por el contrario, todo se circunscribe a las ocurrencias y a las ideas que de pronto se presentan en la nívea cabecita del “Bien Amado Camarada Lider”, quien propone y dispone para que sus huestes se pongan a obrar en consecuencia con los desatinos y las inconveniencias de la interpretación personalísima de aquellos que están dispuestos a la obediencia ciega con tal de mantenerse en el círculo cercano.

Y a nosotros los que todos los días trabajamos para mantener un país, tiene que preocuparnos el manejo de lo que se denomina “"gobierno”, y que hasta ahora no pasa de ser un simple ejercicio de acudir a esperar las instrucciones precisas de quién tiene la autorización para ser el único que puede diseñar el destino actual de los más de ciento veinticinco millones de hombres y mujeres que habitamos en este aún maravilloso México. Si André Breton resucitara y nos visitara nuevamente, seguramente pediría a gritos que alguien lo regresara al más allá, porque lo que observaría con su agudo criterio es que vamos caminando a pasos agigantados hacia la desolación.

Ojalá aquellos que desde la encumbrada posición que ahora guardan y que desde el inicio del sexenio han manifestado un brutal odio contra quienes no pensamos como ellos, tengan después un espacio de sosiego para pedir perdón a este país por el brutal daño y destrucción que le están causando al seguir ciegamente las instrucciones de un hombre al que ya enloqueció el poder. Ojalá entiendan que México no es de su propiedad, que es propiedad de más de ciento veinticinco millones de hombres y mujeres que todos los días trabajamos para mantenerlo vigente.

Si algo me queda claro es el desprecio que siente el tabasqueño por el orden establecido, por lo que los hombres y mujeres de este país hemos construido después de muchos años de esfuerzo, trabajo y paciencia para aguantar las malas decisiones, pero también tengo la seguridad de que en su infinita mendicidad piensa que todos los mexicanos tenemos que someternos a sus designios, de la misma forma en que lo hacen sus correligionarios, esos que lo observan todos los días destruir este país días sin el menor pudor y lanzando loas a través del aplauso y la sonrisa hipócrita con tal de seguir manteniendo sus favores.

No importa que destruyan las instituciones que durante tanto tiempo nos han otorgado certidumbre. El caso más reciente es el desastre de la Agencia de Noticias Notimex, organizado por Sanjuana Martínez, cuya calidad periodística y preparación académica nunca le dio para entender siquiera lo que significa el periodismo. Ahora pide a gritos que de premio la envíen a La Embajada de México en París. Destruir una Agencia de Noticias tan importante la marcara toda la vida como la mayor estupidez que pudo haber cometido. Pero también es preciso dejar en claro que el caso de Andrés Manuel López Obrador tendrá los mismos resultados, porque en este país los sexenios son de seis años o menos. Al tiempo.

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