Todos tenemos un pasado, y los hechos que realizamos cotidianamente forman parte del presente pero serán atesorados en ese pasado del que nadie se ha podido escapar. Pero también hay que decir que muchos prefieren ocultar datos para evitar ser cuestionados por la opinión pública.
Cuando eres un hombre público el pasado puede presentarse en cualquier momento y propiciar una mala percepción acerca de los hechos que de una u otra forma afectarán el desarrollo del futuro. Hay quienes aseguran que el cinismo es el mejor antídoto contra la maledicencia popular, y hasta ahora el principal sujeto mejor especializado en ese tema es el Presidente de la Republica.
 
 Y hay que señalarlo con todas sus letras, la principal base social del individuo es su formación moral, y esa formación se adquiere en el hogar y viene de parte de los ancestros, y esas normas de comportamiento son las que trazarán el camino a recorrer para llegar a las metas que todos, insisto, todos nos proponemos. El destino es así dirán otros, pero la principal función es ser útiles a esa sociedad en la que habitan y conviven, ayudando a los demás a la adquisición de valores y principios morales que otorgan viabilidad a las sociedades de todos los lugares del mundo.
 
Pero cuando se tiene y mantiene un pasado con episodios que por desgracia deben lamentarse, esa circunstancia siempre va a pesar en el carácter del individuo, y podemos tener la seguridad de que será aprovechada por muchos para mostrar y demostrar que la persona no es quien afirma ser, y eso es lo que le ha venido ocurriendo al Presidente de la Republica con la evidencia que ha sido publicada en redes sociales mostrando su incongruencia verbal y la forma en que un día alaba a alguien y al siguiente lo fustiga, o simplemente realiza señalamientos sin sustento para evitar el escarnio público y pasar la factura a otros.
 
Ese es el problema de Andres Manuel López Obrador, que muchas cosas de su pasado reciente evidencian su intolerante carácter y la forma en que denuesta y se deshace de quienes en alguna ocasión lo ayudaron a alcanzar sus propósitos políticos. Una de esas personas, de las que el ahora Presidente de la Republica ha dejado y ofendido en su camino, se llama Rosario Robles Berlanga. La Exjefa de Gobierno del entonces Distrito Federal, quien le pago a Televisa la cantidad de cuatrocientos ochenta millones para que levantaran su campaña y alcanzara el triunfo. Así ocurrió, pero ahora la mantiene en la cárcel. 
 
Ese es la principal peculiaridad del Presidente de la Republica, piensa que todos le deben servir y que todos son desechables. Sus odios son profundos, y la mejor muestra de ello son sus constantes referencias al pasado por no haberlo dejado llegar al poder. Poco le importan las leyes, y mucho menos los órganos ciudadanos autónomos que los mexicanos construimos para separar el ejercicio gubernamental de la defensa ciudadana. Hoy por desgracia controla el Instituto Federal Electoral, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Poder Legislativo, y ahora va a través de la creación de la Guardia Nacional a deshacerse de aquellos generales más apreciados para meter a quienes le obedezcan ciegamente. No nos hagamos tontos, quien tiene al Ejército de su lado se puede considerar dueño del país. 
 
Pero ese problema aún cuando puede pesar en la esfera pública, la elección venidera será la madre de todas las batallas, y marcara nuestro destino como Nación. Si las oposiciones no logran unirse para evitar la tiranía, desaparecerán en el corto plazo porque los mexicanos aborreceremos que hayan entregado el país a quien hoy se encamina a la dictadura porque ya no tiene contrapesos, porque ya se encargó de destruirlos. Pero el señor López no puede cantar Victoria, porque falta el juicio de los ciudadanos, y lo tendremos que realizar en las urnas el año que viene. Al tiempo.
 
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en periodismo.