sinpunto

Cuando escucho a Gustavo Madero señalar que la democracia no se hace en las calles, sino en el debate y los votos del Congreso de la Unión, tengo que aceptar que para desgracia de este país ésa es nuestra lamentable realidad. El respetable señor Madero retrata esa circunstancia que tanto nos ha lastimado durante la construcción de la historia patria: unos cuantos deciden por los muchos, y haciendo un balance sus decisiones siempre tienen

la característica del fracaso. Han sido doscientos años de vida independiente y seguimos igual: los mismos vicios, los mismos pobres, los mismos políticos encumbrados, los mismos ricos, la misma injusticia social, la misma disparidad, las mismas promesas, los mismos fracasos, la misma miserable separación entre poderosos y desposeídos.

En lo personal me resulta incomprensible que en pequeños grupos políticos las diferencias sean tan grandes, por eso en su momento elogié la capacidad del Presidente Enrique Peña Nieto por lograr comunión de voluntades para buscar coincidencias antes que remarcar las diferencias. Por desgracia los políticos no se pueden desechar tan fácilmente, además de que ellos son los principales encargados de establecer mecanismos para su permanencia el mayor tiempo posible al frente de la toma de decisiones. Ésa es la realidad que nos aqueja, que quienes toman las decisiones lo hacen pensando más en el interés grupal que en el beneficio de las mayorías, aunque esas mayorías sean las responsables de que estén en ese lugar.

Resulta difícil entender la paradoja, pero es la identidad de nuestro imperfecto sistema político que difícilmente pudiera ser perfectible porque para ellos mismos resulta conveniente que funcione atípicamente. Nuestra historia registra esos interminables laberintos en las discusiones cada vez que los partidos radicalizan sus posicionamientos. Así nos ocurrió en los inicios de nuestra vida independiente entre republicanos y monarquistas, después entre federalistas y centralistas, conservadores y liberales, revolucionarios y científicos, socialistas y derechistas, y ahora entre izquierdistas, derechistas y centristas. Muchos mexicanos aseguran que la riqueza petrolera no les ha servido de mucho ya que el bienestar solamente ha quedado entre los pocos y tienen razón.

Efectivamente el cuarenta por ciento del presupuesto del país proviene de los ingresos petroleros, pero ¿Cuánto de ese dinero para en los bolsillos de los poderosos empresarios que realizan negocios con los poderosos políticos que toman las decisiones? De nada le sirve a los más de cincuenta millones de pobres que tiene este país que desde las esferas oficiales se les diga que las calles, las carreteras, los puentes, los parques y jardines, el transporte, y todo el conjunto de servicios que otorgan los gobiernos son producto de esa riqueza petrolera, cuando su miserable existencia les indica que a veces no tienen para llevar un mendrugo de pan a la boca de sus hijos. Cuánta razón tiene Gustavo Madero al señalar que la democracia no se hace en las calles sino en el debate y los votos del Congreso, porque los jodidos de este país no tienen quien los represente por mucho que ellos se asuman como nuestros representantes. Pobre México, tan lejos de su riqueza petrolera, y tan cerca de la miseria de políticos que engordan en la comodidad de los puestos públicos. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.