SINGLADURA
El triunfo hace un año de Andrés Manuel López Obrador para ascender por fin
a la presidencia del país y su gestión de siete meses arrojan un dato sobresaliente: el apoyo mayoritario de los mexicanos, aun y cuando también se haya iniciado el tejido de una red crítica, aunque todavía muy incipiente.
Político toda su vida, López Obrador conoce bien la idiosincrasia mexicana. Quizá este sea un dato clave para entender el fenómeno lopezobradorista, que anima la pasión de sus defensores a ultranza y genera el encono de sus adversarios más sólidos.
Pese a las críticas, señalamientos ácidos e incluso marchas callejeras –escuálidas, según se ve hasta ahora- López Obrador sigue dictando la agenda nacional, su figura y estilo está grabado en el ánimo nacional para bien y/o para mal. Vive México pendiente de lo que pasa con Amlo, infatigable en un grado que llega incluso a preocupar. Gastado a los ojos de muchos, pero en pleno disfrute del poder total que por años –así lo haya negado- esperó para ejercerlo ahora casi sin cortapisas, sin límites, desbordado. El ganso está en plenitud para infortunio de quienes lo adversan.
Amlo ya dejó de vivir para él, tampoco lo hace en pos de la presidencia, una meta ya alcanzada. Ahora lo hace para la historia, pero sobre todo para dejar impronta nacional y trazar la ruta que garantice la permanencia de Morena en el poder. Sueña ahora con esa hazaña política, aspira a proyectar a Morena como su mayor herencia política, más allá de su sexenio y aún de su presencia física.
Lo acaba de confesar en su fiesta en el Zócalo; es un proyecto de gobierno que no tiene retorno. ”Ni un paso atrás, nada de titubeos o medias tintas”. Descartó la construcción de una dictadura. Su tarea es, dijo, “consolidar una democracia; por eso, en su defensa, no somos moderados, sino radicales”. A confesión de partes, relevo de pruebas.
Democracia entendida en su sentido clásico, como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. ¿Más claro? Cambio de régimen, uno donde llamó a trabajar de prisa y con profundidad, porque “si desgraciadamente regresara al poder el conservadurismo faccioso y corrupto, ni siquiera en esas circunstancias podrían nuestros adversarios dar marcha atrás a lo ya logrado en beneficio del pueblo”, que es su escudo.
Públicamente admitió que su activismo, “mi loca pasión, tiene un fundamento racional, aunque no lo piensen así mis adversarios. Considero que entre más rápido consumamos la obra de transformación, más tiempo tendremos para consolidarla y convertirla en hábito democrático, en forma de vida y en forma de gobierno”.
En diciembre en el Zócalo, el día que asumió el poder, AMLO pidió a sus seguidores: "No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada". Lo sabe, y por eso sólo piensa en ellos, más en todo caso que en cualquier otro sector. ¿Le bastará? Cosa de tiempo para saberlo todos, incluyendo sus seguidores.
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@RobertoCienfue1