Confesaré hoy que casi casi he perdido mi capacidad de asombro, algo que sería gravísimo en caso de confirmarse.

 Esa capacidad de asombro que debe prevalecer en cualquier persona y, más aún, en los periodistas.
¿Pero cómo no sentir una merma de la capacidad de asombro en el México de hoy? Es difícil, harto complejo incluso.
Que un presidente aparezca en el mero mero Palacio Nacional ante los ojos de todos sus gobernantes –fifis o no, es lo de menos- con una pantalla detrás a fin de exhibir un billete gigantesco de la lotería para deshacerse de un avión convertido en estorbo nacional, aun cuando pudiera considerarse inimaginable, dejó de asombrar a un país entero. ¿O no? La trama del avión presidencial es ya un hecho cotidiano y hasta sin la mayor importancia.
La iniciativa de deshacerse de ese armatoste aéreo, que día a día pierde valor y pasa a convertirse en un ícono del obradorismo, emocionó a millones. Ahora dejó de hacerlo. Ni siquiera nos asombra que se pretenda rifar como si fuera ¡¡¡un auto!!!, según el grito entusiasta del animador televisivo llamado Marco Antonio Regil.
El tema de la rifa va en serio y a nadie o a muy pocos parece asombrar. Increíble. Vivir para ver y más aún para contarlo. Esto es el realismo maravilloso del que fue precursor el gran William Faulkner y el colombiano Gabo destacó entre sus mayores exponentes si no acaso el mayor. México, ese al que André Breton describió como el país más surrealista del mundo, resulta más macondiano que el mismísimo Macondo.
Es posible que en los próximos días o quizá semanas –cuando más- el principalísimo inquilino de Palacio Nacional se perfile en una especie de “gritón mayor”, en una emulación comparable con los niños que cumplen esta tarea en la sede de la Lotería Nacional, por cierto no muy alejada de la residencia presidencial mexicana.
Tampoco sería extraño que apareciera un “gritón mayor” a juzgar de manera anticipada por lo que hemos visto en las últimas semanas en torno a la “magnífica” –así con comillas- idea de rifar el TP-001 José María Morelos y Pavón. Supongo que nadie o muy pocos si acaso habrían tenido en sus mentes la idea de rifar nada menos que un avión al servicio de la presidencia, el mismo que ni siquiera Obama tuvo, según el eslogan de la triunfante tercera campaña presidencial.
Tampoco asombra a estas alturas que la señora jefa del gobierno de la ciudad de México, la mismísima doctora por la UNAM, Claudia Sheinbaum, anunciara en las últimas horas, con toda solemnidad como amerita el caso por supuesto, que al eventual ganador capitalino de semejante rifa será exonerado del paso del seis por ciento del impuesto que marca el código fiscal de la capital mexicana. ¡Cáspita y recáspita! Esta iniciativa de condonación fiscal seguramente alentará la venta de más cachitos de la lotería en la ciudad tatarabuela de México-Tecnochtitlán.
A la doctora Sheinbaum, seguramente esta idea le redituará más puntos de aprecio presidencial. La iniciativa de la jefa del gobierno capitalino contrasta sin embargo con los apretones fiscales que está llevando a cabo nada menos que otra mujer hoy en la cúpula del poder. Me refiero claro a Raquel Buenrostro, flamante titular del SAT.
Los morenistas también entusiasmados con la rifa, algo que se decidirá muy seriamente en las próximas semanas, tendrán que apoyar a su líder natural, y es probable que compitan codo a codo con los vendedores de “cachitos” de la Lotenal. A ver si no incurren en una competencia desleal, o entran en disputa por las calles y cruceros de las ciudades.
Pero bueno, todo esto que podría considerarse asombroso, dejó de serlo por obra y arte de la Cuarta Transformación, si, la cuarta en la historia del país. Pá su mecha, exclamarían los veracruzanos. Oiga, si, usted, no se ría, que es real.
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@RobertoCienfue1