Dijo la víspera el presidente Andrés Manuel López Obrador que su gobierno ha tomado las mejores decisiones para enfrentar la pandemia del Covid-19, que en el país ya dejó

 una estela de muerte al cobrar más de siete mil vidas hasta el momento, según el balance oficial y supera los 60 mil contagios, también números oficiales. Hay muchos que dudan de esas cifras con base en modelos matemáticos, citados por los órganos de difusión nacional.
Ex titulares de la Secretaría de Salud federal, entre ellos médicos de reconocido prestigio incluso a escala internacional, también han expresado sus dudas sobre el saldo sanitario, las políticas instrumentadas para contener el Covid-19, en particular la referida a la ausencia de pruebas de diagnóstico de la enfermedad en casi el 100 por ciento de la población nacional.
Además, muchas personas con las que aún en medio de la pandemia seguimos conversando de manera cotidiana, también expresen sus dudas y aún su falta de credibilidad sobre el saldo oficial de la calamidad.
El presidente sin embargo y aún algunos de sus colaboradores han rehusado hasta ahora escuchar y mucho menos atender estos señalamientos, que no calificaré de críticos porque están sustentados por personas de innegable conocimiento científico y en algunos casos, de funcionamiento gubernamental.
Pero esos señalamientos enfrentan casi siempre un rechazo presidencial. La práctica se reproduce muy desafortunadamente en numerosos áreas y temas del país. La fórmula de negar, incluso la evidencia, es casi sistemática y simple: “tengo otros datos”.
También hay descalificación inmediata y acusación generalizada, una táctica que –insisto- sigue funcionando al presidente especialmente entre sus seguidores y clientelas, éstas últimas construidas con dinero del erario, una facultad por supuesto del Jefe del Ejecutivo, pero cuestionada por amplios sectores del país por considerarla ineficaz, poco transparente y de índole estrictamente clientelar. Pero esto último es claro harina de otro costal.
Para no variar, atribuye el presidente a una campaña amarillista y alarmista de medios de comunicación las dudas sobre la veracidad del éxito de la estrategia seguida por su gobierno para enfrentar y contener el virus. Esos calificativos presidenciales no eliminan las dudas y si contribuyen a atizar los choques sobre prácticamente cualquier tema emanado de la presidencia, que enfrenta –con o sin razón- al menos la sospecha social.
Ante estos señalamientos y aún críticas, el gobierno opta por repartir de manera generalizada todo tipo de calificativos contra cualquier persona que disienta de la opinión del primer político del país.
Lo menos que se escuchó decir al presidente en su mensaje de la víspera es que además de amarillistas y alarmistas, se trata de gente “insensata” que desea mantener sus privilegios.
E insiste en que en México estamos mejor que otros países, a los que el Covid-19 les ha pegado mucho, desafortunadamente.
Con todo respeto y adelantando sus disculpas, el presidente citó un comparativo de cifras entre otros países y México por el Covid-19. Refirió a Bélgica, en donde –remarcó- por cada millón de habitantes tiene 15 veces más de muertos.
Y así siguió. “En España, 11 veces más fallecidos que el nuestro, ofrezco disculpas a los españoles, y a los habitantes de estos países; Inglaterra, 10 veces más; Francia, 10 veces más; Estados Unidos, nuestro vecino, cinco veces más fallecidos que en nuestro país; Canadá, tres veces más, y Brasil, casi dos veces más”, dijo.
Faltó recetar a esos países, aquella fórmula verbal hasta cierto grado de uso coloquial de “con todo respeto, pero yo soy el mejor”. O “lo digo con modestia y humildad”.
Así justificó “las buenas” políticas sanitarias adoptadas por su gobierno en México contra el virus, de origen chino.
Me pregunto si para justificar el presunto éxito de las políticas sanitarias de su gobierno, el presidente debe hacer comparaciones sobre el número de muertos. Me parece que es una mala estrategia y pésima diplomacia, así como un irrespeto con los deudos de personas muertas por Covid-19 en todas esas naciones. Del momento o circunstancia para hacer ese tipo de comparaciones, mejor ya ni hablar. Agregue que en este momento los mexicanos ni siquiera sabemos con precisión y de manera fidedigna cómo es que saldremos de la pandemia ni tampoco cuál será el saldo de muertos. La anunciada “nueva normalidad” es un galimatías nacional.
El doctor Hugo López-Gatell Ramírez, vocero de la pandemia, dijo hace un par de días que debemos descontar y dar por hecho que habrá rebrotes de la pandemia allá por el mes de octubre y probablemente en el invierno. Más todavía: muchos mexicanos nos preguntamos si es verdad como se dice en Palacio Nacional que ya aplanamos la curva o si estamos en los días críticos y más peligrosos. Siguen las dudas y la ausencia de credibilidad, algo que cualquier gobierno debería cuidar y más en momentos potencialmente graves como el que atravesamos.
Déjeme dejar constancia clara de que abrigo el deseo de manera honesta que la pandemia no nos pase una factura que ya en estos momentos es bastante grave, y apuesto claro y absolutamente a que el gobierno se anote un triunfo contra la pandemia simple y llanamente porque en esto, esta vez, nos va la vida a todos.

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@RobertoCienfue1