México huele a muerte. Está dolido por la muerte de sus hijos. Son tantos los caídos este año debido al coronavirus que el número ya rebasó el registro criminal de todo 2019, el peor desde que en 2006 el gobierno inició la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado.

 Se dice de manera sencilla, pero atrás de la muerte de una persona por el funesto virus y aun por otras causas queda una estela de dolor, angustia, miedo, rabia, impotencia e incertidumbre, entre otras emociones más que resultan difíciles de comprender y aún incluso de explicar a través de las palabras.
Los números describen la extensión de la mortandad, pero son insuficientes para expresar la tragedia que significa cada una de las 35 mil muertes, según los registros oficiales, asociados con el Covid-19, una epidemia que arrasa inmisericorde y nos arrebata en horas, sí, en horas, a seres queridos o cercanos.
Lo que ocurre en estas horas asemeja en mucho un frente de batalla, cuyos combatientes caen de súbito. También evoca la famosa ruleta rusa, una práctica tan azarosa y milagrosa incluso como la vida misma. En estas horas proliferan las historias, desgraciadas todas ellas, sobre la muerte de éste, aquél u otro. El círculo se va estrechando hasta alcanzar a personas cercanas, familiares de amigos entrañables.
Hace unos días conocí la muerte de Juan Rodolfo Espinosa Esparza, hermano gemelo de mi amigo Alberto, un colega al que me une una amistad de décadas. Juan Rodolfo se fue en menos de cinco días. Aunque el duelo persiste, no hubo funeral, ni oraciones de cuerpo presente. Todo fue muy rápido, incluso la incineración. Sólo se permitió la presencia de dos personas para recibir de prisa la urna funeraria. Un sitio de whatsapp cobija el dolor, el recuerdo y las oraciones. Si nunca es un buen momento para morir, ahora menos.
Aunque por causas diferentes al Covid-19, pero inmerso en la circunstancia médico-hospitalaria de la pandemia, otro amigo, colega, Salvador Borja Espinosa, acaba de irse. Como casi siempre ocurre, la inesperada muerte de Borja Espinosa nos sorprende y entristece. Una enfermedad agresiva puso fin de manera anticipada y dolorosa a una vida que debía prolongarse al menos al límite de la expectativa.
Otro amigo y colega, Avelino Hernández Vélez, se duele en estas horas aciagas para el país por la pérdida de su mamá. Un trance similar también enfrenta mi amigo y colega, Marcos Romero Martínez, con una triste pérdida familiar.
De igual forma, mis amigos y colegas Alberto Carbot y Norma Inés Rivera resienten el viaje eterno de su cuñado, el médico Fernando López Dávila, que laboraba en Tabasco para Pemex. Fue infectado por el virus. La muerte le llegó de manera prematura, anticipada e inesperada.
Todas estas muertes, tan cercanas, duelen, lastiman a amigos entrañables, a sus familias. Y sin embargo, tendrán que reconstruir la vida y exaltarla.

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@RobertoCienfue1