Pensaba ya dejar pasar y dejar hacer ante la Covid-19, pero la franca renuencia de nuestras autoridades, en particular las sanitarias, a contener en serio y de manera profesional el furioso embate del coronavirus me llevan a reaccionar de cara a la tragedia
nacional que vivimos. También hay que decir que la estúpida -con perdón del calificativo- conducta de muchos compatriotas tampoco ayuda a aminorar los peores efectos de la pandemia que está cada día, semana y mes se está llevando vidas, salud, economía y bienestar de miles de compatriotas.
 
Rebasamos conforme cifras oficiales los 895 mil casos confirmados de Covid-19, nos enfilamos o vamos que chutamos como solía decirse hace décadas a los 90 mil muertos y hay casi 46 mil casos estimados activos del virus. Tenemos o teníamos hasta la víspera conforme datos oficiales -insisto- 14 estados en semáforo amarillo, 17 en naranja y sólo uno en verde.
 
En la mañanera de la víspera, Jorge Alcocer, quien funge y cobra por supuesto como titular de Salud, dijo que el gobierno federal apoya en cuatro estados porque “requieren un ajuste como el caso de Chihuahua”. 
 
Alcocer añadió que la población, “con su comportamiento mantiene el equilibrio entre lo sanitario y lo social”. Supongo que el funcionario, quien ha dicho que el efecto de la Covid-19 en México pudo haber sido peor -un cálculo meramente científico, asumo- da por hecho igualmente y con absolutos criterios científicos “el equilibrio” entre la necesidad de millones de mexicanos de generar recursos para la manutención cotidiana de ellos y sus familias y el reto de preservar su salud, lo mismo que de la de sus familias.
 
El inefable Hugo López-Gattel, sí, vocero de la pandemia y subsecretario de Salud, destacó en la mañanera de la víspera que “el porcentaje de positividad” en la semana 42 es del 40 por ciento y se ha registrado una reducción del 6 por ciento en la incidencia de casos estimados, sí, como está escrito, sólo hay estimados. Es claro que vamos en esto a tientas y parece que también a ciegas si uno mide la calamidad nacional en muertos, contagios y daños materiales y aún incuantificables e incuantificados.
 
Aún así, López-Gatell dijo que se mantiene “la reducción del 56 por ciento” en comparación con el nivel máximo de decesos. La reducción que alude el funcionario asumo también que es estimada. Suministró algunas cifras sobre la ocupación hospitalaria que “estimó” registra una reducción de 36 por ciento en las camas de atención general. De poco nos sirve movernos en el terreno de las estimaciones. Más todavía si sabemos que hay miles de personas o pacientes si se prefiere de todo tipo de enfermedades -hacer una lista sería prolijo- que están hace meses al margen de cualquier atención médica para sus males -crónicos muchos de ellos- debido a que la Covid-19 desplazó a cientos, miles y quizá millones de otros enfermos, ahora en espera de “a ver cuándo” se les atiende. Por ahora y en este campo, ni siquiera hay “estimaciones”.
 
El canciller Marcelo Ebrard dijo también en la mañanera de la víspera que ”el mejor escenario” es que haya finalmente una vacuna a fines de diciembre y “en el peor”, sería hasta marzo próximo. Estas “estimaciones” abren por sí solas un escenario concreto, puntual y doloroso en extremo para el país y los mexicanos, claro, que estamos  ya en una etapa peligrosa en alto grado, con amenazas elevadas de más muertes y una profundización de la crisis económica, que ya asoma, pero que seguramente se hará sentir con todo su rigor en 2021. Arturo Herrera, titular de las finanzas públicas del país, ya lo ha dejado ver más de una vez: si hay rebrotes o se alarga la pandemia, la presunta recuperación económica será sólo una quimera, un buen propósito, una idea vaga, o acaso una esperanza para algún tiempo estimado. Quizá.
 
López-Gatell admitió que hasta que no haya una vacuna, “no hay un instrumento de prevención directa”. ¿Más claro? Esto no es una “estimación”. Y dio un dato más: la vacuna podría no tener alta eficacia”. ¿Entonces? Abonó más al escenario harto complicado. Dijo que se ha sobrestimado el uso de cubrebocas, que definió únicamente como un complemento auxiliar. ¿Será por eso que muchísimos mexicanos parte del pueblo bueno y sabio están prescindiendo de este instrumento? No tengo estimaciones, pero observo en las calles de al menos dos ciudades que recorro con frecuencia, a muchas personas que prescinden del cubrebocas o lo usan como si se tratara de un gazné. De otras impertinencias peligrosas, mejor ni hablar. Destaco sin embargo la libertad de cada quien a hacer de su vida un papalote sin que esa decisión y voluntad implique el riesgo para terceros.
 
¿Qué nos depara el futuro? Ni estimaciones, siquiera. Sólo incertidumbre. ¿Es posible dejar hacer y dejar pasar? Es incongruente esta máxima del liberalismo en estos tiempos de México. ¿O no? 
 
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
@RobertoCienfue1