Es casi un hecho, muy preocupante por lo demás, que prácticamente hacia cualquier sitio que uno vea en la dolorida geografía mexicana, constate uno al país como un gruyere genuino.

 Por supuesto, nadie en su sano juicio debería complacerse, justificarse y mucho menos desear este estado de cosas en el país que es nuestro y al que pertenecemos, un país que duele por el sufrimiento de un número creciente de mexicanos, merecedores de mejor suerte y destino.
México, nuestro México, sufre y sin embargo la clase política en general parece extraviada hace rato. Responsable en mayor grado de este extravío nuestro gobierno, el que eligió una amplia mayoría en 2018 con el apabullante voto de 30 millones de electores, sigue a la defensiva, quejándose prácticamente cada día de la herencia, que asumió por voluntad propia y presuntamente con el conocimiento de lo que debería hacerse para contrarrestar una crisis, que hoy es multifacética y que semeja el famoso y sabrosísimo queso gruyere.
Más de dos años después de asumir el gobierno, tan largamente buscado, ansiado y peleado, a éste se le acaba el discurso del pasado, un pasado que hasta ahora sólo sirve si acaso como argumento, pero que no modifica un ápice para construir el futuro prometido, o al menos cambiar el presente cada vez más estrujante. Nada podemos hacer como personas y país sobre el pasado, pero si estamos obligados todos, gobierno y ciudadanos, a construir un futuro mejor. Cansa y frustra que se culpe al pasado. De nada sirve, es inútil y paralizante. No debería usarse el argumento del pasado para justificar la realidad presente, una que lacera, duele y arruina. Si para algo debe ser útil el poder, ya sea político, económico o ambos, es para transformar, para crear, para avanzar, nunca para solazarnos en la queja y la argumentación del por qué no. Se requieren cambios y una dinámica para acometer el cómo si, no el cómo no, el por qué no. Ya es tiempo de abandonar el muro de las quejas, las culpas y las lamentaciones para asumir el trabajo que corresponde a un nuevo tiempo mexicano. Lo visto hasta ahora sin embargo dista muchísimo de la construcción obligada de un nuevo tiempo. Al mirar sin apasionamientos, filias y fobias, podríamos coincidir en que estamos yendo hacia atrás, hacia un pasado que la mayoría de los votantes mexicanos rechazó en julio de 2018. Los indicadores allí están para quien quiera verlos en forma desprejuiciada y lo más objetiva posible. Tampoco se trata de una disputa ideológica, o de mirar quién tiene razón porque muchas veces ni siquiera eso que llamamos razón es útil a nadie por increíble o irracional que parezca este acerto.
La oposición, los decepcionados o simplemente los críticos de un estado de cosas nacional que abruma, preocupa y duele, tampoco están exentos de responsabilidad en el estado actual del país. Agazapados prácticamente en sus curules, escaños, gubernaturas, alcaldías y cualquier espacio que les dejó la 4T, los políticos de oposición en general y algunos de ellos muy experimentados en el arte de la sobrevivencia, parecen más empeñados en un dejar hacer y dejar pasar con el propósito mezquino, cruel y calculado de que el gobierno se desprestigie solo, se hunda solo y se encargue él solito de  construir su propia sepultura para que en algún momento, éstos políticos salten a la palestra como los infaltables, genuinos héroes de la patria en pos del poder. A estos políticos, hoy en la oposición, parece sólo interesar su propia sobrevivencia en tiempos en los que saben que enfrentan una aplanadora que sin embargo aplasta todo y se desgasta sola. El cálculo se reduce a un asunto de tiempo, aunque en ello vaya la suerte inmediata del país. Aguardan esos políticos en sus madrigueras. Saben que el ritmo de destrucción del país los favorece sin prácticamente arriesgar nada. Por el contrario, ganan ellos y sus cálculos cada vez que el país retrocede. Vendrán luego los tiempos para que ellos aparezcan como los únicos capaces de hacerse del poder, que aún hoy no han perdido del todo. Siguen en posiciones de poder, se benefician en silencio de ellas y aguardan, aguardan como parte de una estrategia -deliberada o no, es lo de menos- en espera del tiempo adecuado, preciso para aparecer de nueva cuenta en la palestra del poder. Siguen el apotegma aquel, según el cual hay tiempo de quemar cohetes y tiempo de recoger varas. Al ritmo que vamos no hará falta demasiado para que a esos políticos, hoy agazapados, se les llegue a mirar como los únicos capaces de enmendar el desastre que a fuego lento a veces, raudo otras ocasiones, se cocina en todo el país.
Con un gobierno todavía ensoberbecido, reacio a ejercer su poder de convocatoria y convencido él solito cada vez más de que está al frente de una transformación del tamaño y aún mayor comparada con aquellas que definieron los tres grandes momentos en la historia del país, México se duele, muere y profundiza las crisis simultáneas que lo atenazan y nublan su horizonte.
Ante una sola de las crisis que enfrenta México por la Covid-19 con números creciente de enfermos y muertes, se nos dijo hace meses que ya se veía la luz al final del túnel. En lugar de esa luz, ahora ven y anticipan las “lucecitas” para salir del túnel en que metió la pandemia al país. Curioso, pero revelador. No se ve la luz, como antes, ahora son sólo “lucecitas”.
Se nos prometió con fecha incluida la operación en México de un sistema de salud pública a la altura de las que fueron creadas y funcionan en países como Canadá, Gran Bretaña, Dinamarca. A cambio tenemos una red colapsada de hospitales públicos.
Todavía en mayo del 2019 se nos refirió una expectativa de crecimiento económico ese año de al menos dos por ciento. Cerramos con una caída de menos 0.1 por ciento ese año.
En materia de seguridad pública las cosas tampoco van como requerimos, deseamos o nos prometieron. “Se están sintiendo los cambios” en materia de seguridad, dijo el presidente López Obrador el último fin de semana. Esto pese a informes prácticamente paralelos sobre el asesinato de un empresario en calles de la colonia Nápoles, el hallazgo de un camión en Tamaulipas con restos de 19 personas, el asesinato de un niño en Iztapalapa y la masacre de una familia en León, Guanajuato.
México se duele hace meses y aún muere, que es mucho peor. ¿Seguiremos así? ¿Nos vale madre esto a todos los mexicanos?
 
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@RoCienfuegos1