A propósito de la nueva cepa del coronavirus, denominada ómicron, se registran una serie de advertencias que pudieran resultar más graves que la variante

en sí, y cuya propagación descuidada resulta al menos desaconsejable por dañina social, económica y financieramente.

Recién en noviembre, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud dio a conocer que ómicron significaba “un riesgo muy elevado” para el mundo. Admitió sin embargo que la variante escondía numerosas incógnitas, en particular sobre el peligro real que entrañaba su presencia. Pero la advertencia cundió y nubló todas las expectativas sobre la inminente superación de este drama sanitario global. Incluso, unos días después de la advertencia, el viernes 26 de noviembre, ómicron provocó el llamado viernes negro.

Ese día, las acciones estadunidenses cayeron con el  Dow Jones y el S&P 500 registrando sus peores pérdidas porcentuales en un sólo día en meses. Esto debido a que los sectores afectados por la pandemia, que se habían beneficiado de la reapertura, se desplomaron después de que se detectó una nueva mutación del coronavirus.

En México, por ejemplo, ese mismo día se pintaron de rojo  el mercado y el peso mexicano. El principal índice de la Bolsa Mexicana de Valores, el S&P/BMV/IPC, perdió 2.24 por ciento para ubicarse en 49.492.52 unidades el 26 de noviembre, la peor caída desde el 29 de enero, consignaron diferentes medios.

¿Cuál fue el principal agente de esa caída? El ómicron, que hizo temer un nuevo confinamiento y una consecuente ruptura de la recuperación económica, aún incipiente, claro.

A esa advertencia, autorizada uno supone, siguieron otras, todas ellas dando por hecho lo que podría, -reitero- podría generar la nueva variante del coronavirus. Los medios, claro, recogieron de inmediato esas versiones y las proyectaron supongo más con el propósito de contribuir a la toma de conciencia colectiva sobre el impacto de una nueva ola de la enfermedad, que sacude al mundo desde hace prácticamente dos años, con un saldo global en torno a los cinco millones de personas muertas, y un sacudón económico sin precedentes en el último siglo.

Pero ¿se vale alarmar y crear nerviosismo en los mercados? Los medios -insisto- sólo recogen las versiones que difunden fuentes consideradas fidedignas, y que por ello generan un impacto mucho mayor y aun a escala global. ¿No sería mucho más prudente cuidar las formas en este tipo de informes?

Hasta donde se sabe, en el caso de ómicron aun hay que esperar a que los estudios a cargo de científicos definan con precisión la severidad o no de esta nueva variante.

Hace un par de días, el doctor Anthony Fauci, el zar estadunidense contra el coronavirus, citó aliviado datos que indican “casi con certeza” que ómicron sería menos severa que Delta, y cuyos efectos serían menores.

Fue un mensaje de aliento, por supuesto, pero tampoco definitivos sobre la transmisibilidad, gravedad de la enfermedad y el valor de las vacunas previas para impedir más infecciones.

El principal epidemiólogo estadunidense fue cauto en sus mensajes, pero puso en claro que llevaría al menos otras dos semanas determinar con precisión la letalidad de ómicron.

De vuelta en México, el subsecretario Hugo López-Gatell, dijo que si bien ómicron podría resultar de una transmisibilidad más elevada, su virulencia sería menor e incluso podría favorecer una inmunidad comunitaria más rápida.

En fin, las noticias y aún especulaciones en torno a esta novedosa variante están encontrando un terreno fértil que no debería abonarse porque implica alarma, angustia social y sobre todo efectos económicos perversos e indeseables. Hacen falta entonces cautela sí, pero información precisa al respecto.

@RoCienfuegos1

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