Un nuevo ataque, ahora en Brasil, contra la sede nada menos que del poder Ejecutivo, la Corte Suprema y el Congreso Nacional,

ratifica que la democracia, ese sistema calificado por Winston Churchill como el peor de los sistemas salvo todos los demás, está en peligro, contra todos los pronósticos y años después de que en nuestro continente -con una larga historia de dictaduras- se supuso quizá con sobrada ingenuidad, que ya había enraizado lo suficientemente fuerte para descartar cualquier incursión golpista de “políticos” aventureros, y sobre todo, nostálgicos de la imposición del poder ya fuera por la fuerza o, más recientemente, con base en el vasallaje ciudadano. La novedad, si acaso, es que ahora esos trepadores y reptadores al mismo tiempo del poder, utilizan las avenidas abiertas en buena parte de los países del área por políticos institucionales que en su momento apostaron al fortalecimiento de las democracias y la participación ciudadana, para entronizarse y luego pisotear las constituciones y normas que prometieron -de dientes para afuera, claro- cumplir y hacer cumplir.

Los casos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Perú más recientemente, -ni mencionar Cuba, que es un caso de vieja data- reflejan de manera sobrada este síndrome de una casta relativamente nueva o reciente si se prefiere, que se extiende como una nueva lacra o rémora “política” que pretende con incursiones de facto y/o demagogia insultante, echar abajo los sistemas democráticos instituidos al cabo de mucho esfuerzo, sangre y tiempo.

Aun retumba el recuerdo infame de lo que vasallos, correligionarios y/o fanáticos de Donald Trump trataron de perpetrar el seis de enero del 2021 en el Capitolio con el propósito de impedir la proclamación presidencial legítima y legal del demócrata Joe Biden, tras las elecciones de noviembre de 2020. Azuzados por un fanático mayor como Trump, las huestes de éste se fueron a las manos en un inconcebible lance contra la democracia estadunidense. Aún hoy, dos años después de esa embestida, prosigue una investigación contra Trump, que de prosperar implicaría una pena de prisión hasta de cuatro décadas, miles de multas y la prohibición de volver a postularse para un cargo público en contra del también llamado “magnate del ladrillo”.

Esto como resultado de las conclusiones de una investigación a cargo de una comisión legislativa que en diciembre pasado recomendó acusar a Trump por varios delitos, entre ellos insurrección, obstrucción de un procedimiento oficial y conspiración para defraudar a EE. UU.

Así, la víspera y casi en coincidencia con esa intentona trumpiana y de sus feligreses como telón de fondo, otros fanáticos, esta vez bolsonoristas, se lanzaron contra tres de las instituciones clave de Brasil para “exigir” a los militares del gigante sudamericano echar el guante y expulsar del poder a Lula da Silva, recién instalado hace una semana.

De nueva cuenta, la policía recuperó el control del Tribunal Supremo, el Congreso y el Palacio de Planalto, la sede presidencial. Los primeros informes dijeron que al menos 200 personas fueron detenidas, mientras que el presidente Lula decretó la intervención federal de Brasilia, la capital del país. La intentona habría dejado al menos 46 personas heridas.

Esto “no tiene precedente en la historia del país”, resumió el titular de Justicia de Brasil.

Tampoco tuvo precedente el asalto al Capitolio en Washington, ni otras incursiones, así veladas, disimuladas y mustias, construidas por demagogos insultantes que mantienen como eje de sus avariciosas vidas el mantenimiento y aún extensión de su poder, ya sea de facto o por la vía de terceros, e incluso a través del desmantelamiento de las estructuras institucionales y democráticas construidas como dije con mucho esfuerzo, sangre y tiempo.

Estas embestidas o lances sólo pueden contenerse por una ciudadanía alerta, consciente y vital, acompañando a instituciones sólidas y capaces de ejercer sus funciones y facultades. Los riesgos son inmensos y estos crecen en medio de estructuras institucionales escuálidas y figurones ominosos, pero ansiosos de poder.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1