Si es cierto que “guerra avisada no mata soldado”, está claro que en la relación con el presidente estadunidense,

Donald Trump, los mexicanos deberíamos, sí, esperar casi todo, salvo un desastre fatal, aunque tampoco podría descartarse. Ante una dificultad mayor para México, y en particular para el gobierno de la doctora Claudia Sheinbaum, la presidenta se ha visto obligada desde el 20 de enero pasado, la fecha de la asunción del nuevo inquilino de la Casa Blanca, a medir prácticamente día con día la temperatura del agua a los tamales. Sheinbaum, sin duda, sabe el tamaño de la pesadilla que representa el hombre naranja, que está imponiendo sus reglas en la relación bilateral. De esto hay varios ejemplos: movilización de al menos diez mil militares mexicanos a la frontera norte; la entrega de 29 presuntos criminales vía “fast track”, la rápida actuación de los cuerpos de seguridad mexicanos para generar detenciones, decomisos, y destrucción de instalaciones ligadas al narcotráfico; la colaboración expedita para que militares de EEUU entrenen a militares mexicanos y la vigilancia aérea y marítima del país.

Por todo esto es que Sheinbaum ha ido tentaleando si, con cabeza fría como ella misma ha reivindicado, el terreno que pisa. Es harto difícil, por supuesto, anticipar primero las decisiones que Trump está o estaría dispuesto a tomar y enseguida calibrar en su justa dimensión y proporción el impacto de sus acciones. Trump, hay que considerarlo seriamente, es después de todo un delincuente no convicto, pero con un enorme poder. También está claro que las medidas adoptadas hasta ahora por Trump están desequilibrando no sólo a México, sino y de manera grave, el orden internacional conocido hasta ahora, e instaurado prácticamente al término de la segunda guerra mundial. Las consecuencias de esta forma de “gobernar” con el señuelo de hacer grande otra vez a Estados Unidos, no están del todo claras hasta ahora, pero si hay evidencia suficiente para afirmar que nada quedará intocado en la esfera mundial por el frenesí trumpiano.

Al igual que buena parte del orbe, México está inmerso en un alto grado de incertidumbre y atento a la próxima movida del magnate del ladrillo, que mantiene una especie de espada de Damocles sobre sus vecinos y socios al norte y el sur de los Estados Unidos, aunque también mucho más allá de sus fronteras. China, no hay que perderlo de vista, es el objetivo clave en la mira de Trump. México, Canadá y otras naciones son el señuelo, pero en realidad constituyen los adversarios que ha inventado el presidente republicano para sus embates, que por supuesto no son menores.

En ese sentido, cobran relevancia los señalamientos recién hechos por el embajador designado por Trump para México. Si, el señor Ronald Johnson, un ex marine con experiencia de más de dos décadas en la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Según la John F. Kennedy Special Warfare Center and School, Johnson se ha destacado en una amplia variedad de puestos de mando y de personal, contribuyendo “directamente a la larga y destacada historia del Regimiento de Fuerzas Especiales”.

Quien se da como un hecho asumirá el máximo cargo diplomático de Estados Unidos en México pasó la mayoría de su carrera militar en el área de responsabilidad del Comando Sur de Estados Unidos, que abarca 33 países, todos ellos ubicados en el Caribe, Centroamérica y Sudamérica. Por ello, Johnson habla español fluido.

El virtual embajador estadunidense en México ha encabezado operaciones de combate en El Salvador, donde fue embajador un par de años, como uno de los 55 asesores militares autorizados durante la guerra civil de la década de 1980.

En los años 90, fue oficial militar superior de un equipo integrado por personal de la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y la Unidad de Misiones Especiales para detener a personas acusadas de crímenes de guerra en los Balcanes. Esto siempre de acuerdo con la John F. Kennedy Special Warfare Center and School.

En 1998 Johnson se retiró del Ejército estadunidense y perfiló su labor hacia la comunidad de inteligencia.

Entre 2013 y 2017, Johnson fue asesor especial de Estados Unidos del Comando del Sur en Miami, que gestiona la colaboración entre el Comando y la Comunidad de Inteligencia, el Departamento de Estado, los CDC, el FBI, el Departamento de Seguridad Nacional, USAID y otros.

El Departamento de Estado, que ahora encabeza Marco Rubio, -un ultraconservador de padres cubanos- participó en una amplia gama de cuestiones regionales, incluidos los refugiados, la lucha contra los narcóticos, la lucha contra el terrorismo, los derechos humanos y el control de las enfermedades por virus tropicales.

Trump propuso a Johnson en octubre de 2018 como su embajador en El Salvador, cargo para el que fue confirmado por el Senado el 27 de junio de 2019. Ocupó este puesto diplomático hasta el 20 de enero de 2021, cuando acabó el primer gobierno de Trump.

En su reciente audiencia de confirmación en el Senado de Estados Unidos, Johnson puso en claro que “todas las opciones están en la mesa” en relación con un papel armado directo en México para combatir a los cárteles del narcotráfico si es que éstos representan una amenaza para estadunidenses. Matizó su comentario al decir que sería un “primer deseo” de su gobierno que se hiciera en colaboración con los socios mexicanos.

También dijo que la relación entre México y su país está lista para desarrollarse a fin de garantizar una mayor seguridad para los ciudadanos mexicanos y estadounidenses, un punto que -aseveró- mejoraría la economía y el comercio de ambas naciones.

Confirmó que la entrega a Estados Unidos de 29 presuntos criminales y narcotraficantes mexicanos fue consecuencia de una reunión entre funcionarios de ambos países hace dos semanas, en la que participó el secretario Rubio. “Creo que veremos más”, anticipó.

Johnson comprometió trabajo arduo “con las autoridades mexicanas para desmantelar a los cárteles de la droga que son tan violentos y hacer frente a la lacra de las drogas ilegales que dañan a nuestras comunidades tanto en Estados Unidos como en México".

¿Está claro? Todo indica que la doctora Sheinbaum seguirá con la cabeza fría y decidida a mantener el paso. Veremos qué dice Trump en una fecha tan cercana como el dos de abril, o antes.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1