lavidacomoes

Hoy toca escribir sobre la muerte. No la mía ni la de un enemigo. Es sobre la del marino que, agotado de tensar cuerdas y levar anclas, lanzó por la borda la ‘cruz de naufragio’.Aquel que venció al temporal; que arrió un contrafoque en el bauprés y conoció de la amura o del combés, de la carlinga y la escota; que orzó y supo ponerse al pairo cuando la tormenta amenazó; trincar y empaparse el corazón con la espuma salobre del mar.

Aquel que decía no tener miedo de que su vida terminara, sino de que no comenzara.

Ese marino me habla al oído.

Su voz es casi imperceptible, casi inaudible. Es un susurro como viento que sopla apenas y empuja un oleaje calmo, sosiego, amanso.

Cuando pienso en los viejos lobos de mar que conocí, dice, me doy cuenta que nada es más seguro que el destino, ni más inapelable que la muerte, es la barca a la que basta un pequeño impulso, un leve soplo de las Moiras para empezar la última gran travesía.

“Oigo la voz del marino muerto
en la tormenta del altamar, 
siento nostalgia si estoy en puerto  
del que se fue a navegar”.

  

El tiempo, en su huida, le ha dejado muchos sueños rotos.Es un náufrago en un mar de dudas; soltando amarras y cortando las cuerdas que lo anclan al pasado.

Con esa voz que se traga el trueno y la galerna exclama:

Frente al futuro incierto me sentí un demiurgo abandonado.

Al despedirse me susurra: Decidí parar el camino que me impuso la vida. He transitado muchas veces sin rumbo. Recuerdo haber recorrido caminos que creía vacíos; pensé que si no me detenía seguiría marchando hasta el horizonte, a la línea que se marcaba antes de que se supiera que la Tierra era redonda y que caería sin remedio a un precipicio sin fondo.

Como los vientos alisios su voz se fue disminuyendo. Sólo alcancé a escucharle: Pienso que debemos olvidarnos de vidas pasadas y futuras y aceptar la muerte como sino fatal.