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El cuatrocientos nos lleva al infinito, al número mágico de los aztecas que significaba lo perpetuo, inmortal, perenne, incontable.

En la mitología azteca el dios Huitzilopochtli derrotó a la diosa Coyolxauhqui y a sus cuatrocientas hermanas; esto es, el Sol desplazó -como lo hace cada mañana- a la Luna y a su infinito número de estrellas.

Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces/ amo el color del jade y el enervante perfume de las flores/ pero amo más a mi hermano: el hombre.(Netzahualcóyotl)

Para los alquímicos o religiosos el infinito era la serpiente de ouroboros o el dragón que se come la cola.

Para San Compadre, el infinito es el infinito.

Todo el rollo que antecede es consecuencia de la aparición de la columna número 400 de “La vida como es… de Octavio Raziel”, surgida  en 2006. Todos los textos han sido diferentes; contenidos disímiles diríamos. No se ha repetido ninguno, lo que les da un valor, por lo menos al autor, especial. 

Alberto, nuestro protagónico llegó a ese cabalístico dígito, número, cifra, cantidad, suma, con un poco de depresión, irritabilidad, alborotos hormonales; pareciera que le quiere pegar la andropausia.

Además, es hora de hacer una selección de textos; reducir las 400 colaboraciones a 180 y las casi 800 páginas a unas 350. Editarlas en forma de libro electrónico (pdf) y venderlas a quienes les interesen. Desde hoy pueden ir apartando su edición. La labor no será fácil pero hay que hacerla.

Sólo será un impasse.

Como en las esquelas judías se suplica abstenerse de enviar coronas (de flores).