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Para el año 2025, en México habrá cerca de 212 mil pacientes con enfermedad renal crónica y causará el deceso de casi 160 mil personas, actualmente existen más de 129 mil pacientes en la etapa terminal de esa patología, que requieren diálisis para mantenerse con vida, y unos 60 mil reciben tratamiento.

Lo anterior se desprende de un diagnóstico elaborado por 12 especialistas coordinados por Malaquías López Cervantes, epidemiólogo de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM, quien dijo que al alcanzar su estado terminal, si no es tratada de manera efectiva, esa afección conduce a la muerte en poco tiempo, pues es discapacitante y progresiva

Aunque en algunos casos su origen es congénito, es una complicación frecuente de la diabetes mellitus y la hipertensión arterial, dos padecimientos frecuentes en el país, con prevalencias de 7.2 y 16.3 por ciento, respectivamente.

Ante la falla en riñones, los pacientes requieren un tratamiento de sustitución, que puede ser diálisis peritoneal, hemodiálisis o trasplante renal. La primera es un método antiguo muy utilizado en el país, que consiste en hacer una abertura en el abdomen por donde se inyectan y se extraen líquidos para hacer un lavado peritoneal.

“Sin embargo, a la larga ocasiona infecciones que generan adherencias, hasta que ya no funciona adecuadamente. Por eso, después de un tiempo a muchos pacientes los cambian a hemodiálisis”, comentó.

La hemodiálisis es una técnica más moderna que usa máquinas para realizar la función renal fuera del organismo. Se requiere una pequeña operación en un brazo para instalar una fístula, una conexión entre vena y arteria en la que se conecta el aparato para simplificar el proceso de cambio de líquidos.

Mientras se hace esta cirugía, que requiere tres meses para madurar, a los pacientes se les coloca un catéter o tubo de plástico por debajo de la clavícula, dirigido al corazón.

“Este proceso provisional representa cierto riesgo, pues el catéter puede causar una infección generalizada e incluso la muerte, por lo que no debe durar más de tres meses (tiempo en que debe estar lista la fístula del brazo), pero en la mayoría de las unidades que visitamos no había pacientes con fístula, sino con catéter”, señaló.

Los especialistas encontraron que muchos enfermos llevan tiempo prolongado con catéter debido a la falta de cirujanos vasculares que hagan la fístula, en otros casos, piensan que da lo mismo usar ambos métodos.

En cuanto al trasplante de riñón, es una alternativa adecuada sólo para pacientes más jóvenes o para aquellos cuyo estado de salud no esté muy deteriorado y puedan tolerar ese proceso. “En México se realizan pocos, debido a la escasa donación de órganos. Es una alternativa, pero requiere de una campaña intensiva para promoverla”, precisó López Cervantes.

En el estudio coordinado por el epidemiólogo universitario se evaluaron 83 unidades de hemodiálisis en varias ciudades del país, en las que se tomaron en cuenta la eficiencia del servicio, la calidad de las instalaciones y la preparación del personal médico y de enfermería, de acuerdo a la normatividad vigente de la Secretaría de Salud.

Se encontró que una de cada cuatro tiene deficiencias graves en la preparación del personal o carencias en la infraestructura, que van desde la falta de un nefrólogo (existen alrededor de 900 en el país y menos de 700 están certificados), hasta la baja calidad del agua que se utiliza.

“Se trata de pequeños changarros con pocas máquinas, ubicados en las capitales de los estados; más bien parecen negocios que locales médicos”, describió.

En la evaluación detectaron tres niveles de instalaciones: las que cuentan con la gran mayoría de lo necesario y tienen buenas condiciones; las intermedias con infraestructura adecuada, pero sobrecarga de pacientes (caso común en el sector público) y las que están en situación inaceptables y son comparadas con changarros.

El investigador consideró que el aumento de personas con enfermedad renal crónica se ha visto como un nicho de oportunidad para pequeños negocios de este tipo, que operan con limitaciones de recursos y de operación. “Cada paciente requiere tres sesiones de tres horas a la semana”, apuntó.

En México, la mayoría de los afectados utilizan diálisis peritoneal y muy pocos recurren a la hemodiálisis, por ser costosa y depender de equipos importados.

La relación es inversa a la tendencia de los países desarrollados, donde cerca del 80 por ciento de los pacientes se trata con hemodiálisis y 20 por ciento con diálisis peritoneal.

“En la nación los nefrólogos han pensado en cambiar esta tendencia, pero con las condiciones que tenemos sería desastroso, pues el costo sería elevado y los resultados inadecuados por la falta de una buena definición de los establecimientos autorizados para dar el tratamiento y una buena supervisión”, consideró.

Para afrontar este problema, López Cervantes encabeza un nuevo proyecto apoyado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, para que nefrólogos capaciten a médicos generales e internistas en la detección temprana del daño renal en diabéticos. “Ello podría ayudar a prevenir o posponer la enfermedad”, afirmó.